Susana Germade
Susana Germade
Auditori Joan Cererols, Martorell (Barcelona) 16 de junio, 2011
Conmemorando su 48º aniversario, el Centro de Salud Mental del Sagrat Cor ofreció una conferencia magistral sobre el fado y la psiquiatría, amenizada con canciones en directo interpretadas por la guapísima Susana Germade y un fiel escudero a la guitarra. Con un disco homónimo de versiones (de Caetano Veloso, Joan Manuel Serrat, Maria Bethânia, Chico Buarque, Carlos Cano, Amália Rodrigues, Violeta Parra, Tom Jobim, Silvio Rodríguez, etc.) autoeditado en 2004 y dotada de una voz acaso muy limpia para el fado y sin apenas ese trino típico del género –el gemido o vibrato con que se acompañan las palabras para remarcar la emoción–, Susana Germade expresa con una dicción perfecta y un estilo dúctil para todos los registros. Sensible y distante a la par en su actuación, la periodista de formación y fadista de adopción desgranó en este recital un temario monográfico que se abrió con la Negra Sombra (cuyos versos, de Rosalía de Castro, convirtió Carlos Núñez en himno por boca de Luz Casal) y se cerró con María la Portuguesa, particular homenaje de Carlos Cano a Amália Rodrigues. Entremedias, Susana Germade acarició Los rizos de mi cabello, Agua y miel, Gaviota, Grito y otros títulos clásicos del repertorio de Amália.
No obstante, la actuación de la cantante fue otro broche de oro para un evento más completo que un mero recital. Orquestada por los doctores Ángel García-Prieto y Carlos Ranera, la conferencia combinó teoría, demostración empírica y espectáculo, a la manera de aquellas otras que, entre los intelectuales de la II República, crearon escuela –como las más memorables de Lorca, Dalí, Pujols, Gómez de la Serna u Ortega y Gasset, por citar unos pocos ejemplos–. Narrada con el brío y el estilo divulgativo del mejor Oliver Sacks –del que recomendamos encarecidamente su libro Musicofilia (Anagrama, 2010)–, las explicaciones “técnicas” de los dos científicos se alternaron con muestras musicales –las canciones de Germade y extractos de tres conciertos grabados de Mariza, Ana Maria Moura y el film Fados, de Carlos Saura (2007)–, con escenas intercaladas de una escenificación dramatizada de un caso clínico ejemplar, a cargo de dos soberbios actores, Inma Oliver y Alfonso Desentre. El acto, que bordó las dos horas que pasaron volando, terminó con un brindis con vino de Oporto y la entrega de un opúsculo con el texto de las ponencias y de los fados cantados. En conjunto, fue excelente el mimo con que se cuidó cada detalle del programa.
Dividido en tres partes, la primera introdujo a la concurrencia en lo estético y lo histórico sobre los orígenes y la ritualización del fado –desde el marco “litúrgico” y el vestuario tradicional, hasta la instrumentación básica: guitarra portuguesa, viola (o nuestra guitarra española) y viola baixo (un contrabajo de cuatro cuerdas)–, para seguir a continuación una revisión de lecturas y miradas sobre el sentimiento de saudade desde la poesía y la psiquiatría. La tercera parte se dedicó a la escenificación del caso clínico, tanto en su resolución como en su etiología.
Nacido en marginal cuna, el fado se crió en los ambientes portuarios y prostibularios de Lisboa. Aunque son muchas las leyendas que le atribuyen un linaje pasado –en profundas raíces celtas, en los cantos árabes, en la trovadoresca medieval, en la música de los esclavos negros (el lundum o la morna), etc.–, lo cierto es que fado y saudade van de la mano desde el comienzo. Tan íntimo es el enlace que no hay fado sin saudade. Pero el fado no siempre gozó del respeto público. Durante el Estado Novo, por ejemplo, y ante el clamor popular, por no prohibirlo se optó por constreñirlo ejerciendo un control institucional sobre el fado: se oficializó un carnet de fadista y se sancionaban las letras de contenido político, por haber sido usado por las fuerzas rebeldes como “canción protesta”. Tras la Revolución de los Claveles, sin embargo, el fado se asoció injustamente al antiguo régimen conservador.
No es casual que el fado se haya convertido con el tiempo en todo un símbolo de la represión. Al fin y al cabo surge en las orillas de la Finis Terrae lusitana, esa más extrema y eterna frontera con los límites de la única tierra conocida hasta el siglo XV, donde se une el hombre con sus propios sentimientos, al no haber nada más allá. Este sentimiento atávico quedó en la idiosincrasia y la cultura de los lugareños, se extendió hasta su lírica y de ahí saltó a la música. En el caso de “María Da Silva” –nombre en clave de la paciente ficticia que sirve de hilo conductor del espectáculo-coloquio– se mezclaba el dolor del desarraigo, la nostalgia del país de origen, el luto por la madre difunta, la pérdida de los referentes y la falta de comunicación social y, además, se añadía un factor no menos importante, y es que la protagonista vivió en su infancia justo al lado de la casa natal (hoy museo) de la gran Amália Rodrigues. La paciente había acudido al centro médico aquejada de un trastorno motor, de carácter psicógeno (caminaba de puntillas sin una causa neurológica o fisiológica aparente), cursando con una depresión aguda y otros síntomas disociativos. El terapeuta –un alter ego del propio doctor Ranera– se sirvió de referencias que pudo ir entresacando del discurso atropellado de la paciente, casi todos extraídos de los fados que la mujer recordaba en la voz de su madre. Éstos eran los escogidos por Susana Germade para hilar su canto con los entrecortados silencios de “María”.
Ranera reconoce una visión romántica de la psicoterapia, pues reclama para el área clínica un retorno a la escucha poética. Al respecto, hay más poesía en un poema que en un tratado clínico, y sugiere que a través del estudio del léxico poético se introducen mejor los elementos que caracterizan la psicología de un pueblo. En esta premisa trasluce la Völkerpsychologie wundtiana, tan denostada durante décadas (¡casi un siglo!) por las academias científicas al uso. No en vano, admite Ranera, cada poeta está asociado a un sentimiento: si Pessoa es “maestro de saudades”, el fado es su idioma volcado en música.
Una de las más complejas tareas del alma humana es la construcción de sentimientos. Incluso “echar de menos” requiere de pautas (aprendidas o innatas, qué más da): postura, gesto, expresión, mirada, recuerdo… Aunque éstas no siempre se decidan, parecen programadas, porque devienen con el ser humano. Asimismo, la nostalgia ¿es cultural o natural? La única conclusión posible es pura tautología: como el fado, la saudade no es, sino que acontece. La saudade es uno de esos sentimientos intraducibles, pese a los esfuerzos por vincularla a palabras de otras lenguas –la melancolía en castellano, la morriña gallega, el längtan sueco, el dôr rumano, etc.–, pero también su sentido y filosofía han variado en función de la situación moral y política de cada tiempo. La saudade corteja por igual al deseo y a la pérdida, al desasosiego y la esperanza, y no es exagerado afirmar –como hace el doctoro Ranera– que el hombre saudado reside entre la angustia ontológica (la que en literatura va de Schopenhauer hasta Kundera, pasando por Nietzsche, Heidegger y Sartre) y la soledad (que nos amortaja desde el mito de Ulises, sino antes). La saudade plantea un enigma irresoluble en sus propios términos, y el ejemplo de “María Da Silva” daba cuenta de ello inicialmente.
El error epistemológico, apunta Ranera, es considerar la palabra como el principal instrumento de la psicoterapia. Pero cuando se intenta traducir un sentimiento inexpresable quizá sean más efectivos otros medios como la música. El propio Freud reconoció muchas veces sus frustraciones ante la imposibilidad de verbalizar sentimientos irracionales e ideas irrealizables en la mente de sus pacientes. La mayor parte de los males del alma tiene su razón de ser en las a-dicciones, no en el hábito drogodependiente, sino en la falta de la palabra (porque la idea no puede ser dicha o porque no se sabe expresar). En tiempos como los de hoy, con la total desvalorización de la palabra se pierden los asideros para dar sentido a la vida, lo que empuja cada vez a más personas a buscar respuestas en la psicoterapia cuando ya no existen para ellos ni argumentos ni discursos internos. De esta nostalgia por la dicha no dicha brotan dolencias como la fatiga crónica, la depresión o las parálisis motoras histéricas, que no se ven pero se sufren más precisamente por su invisibilidad. La música, que invisiblemente afecta al ánimo, pudo ayudar a “María” a salir de su pozo existencial, y con esta moraleja se cerró felizmente el telón, antes de beber el dulce licor destilado de lágrimas que no son ni alegres ni tristes, sino la esencia de la saudade. germadesusana.blogspot.com // Iván Sánchez-Moreno