Mariaelena Roqué

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Mariaelena Roqué

Barcelona, El Lavadero. 7 de junio, 2011

Divorciada de la compañía Carles Santos, su escenógrafa está ahora viviendo una seguna juventud a base de homenajes y exposiciones por doquier: aún reciente la retrospectiva del Museo de Artes Decorativas de LyonSous le signe d’Éros–, coinciden en el calendario veraniego la antología Despulles Il·luminades del Museu de l’Estampació de Premià de Mar, su participación en la itinerante del Palau Robert de Barcelona sobre los 25 años del Festival del Castella de Peralada –con la inclusión de los figurines para El Barbero de Sevilla que se programó en 2001–, la representación artística en el pabellón español del Prague Quadrennial Scenofest y un encargo del Instituto Cervantes de la misma ciudad sobre la obra de Luis Cernuda. Para estos últimos ha preparado Tecla Cernuda y Donaullsaurembiaix, recitativo y acción para soprano y comensales, respectivamente. Sí, han leído bien: el público podrá interactuar “desnudando” al personaje en escena comiéndose su vestido de hostias de turrón de Agramunt.

Este mismo espíritu travieso y provocador que fue sin duda un pilar fundamental en las creaciones de Santos no quedaba tan sólo plasmadoyH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Mariaelena Roqué en lo visual. Mariaelena Roqué es también una reflexiva artista que mide sus palabras, gestos y movimientos en escena como si fuera literalmente el cerebro, el corazón y las tripas de los personajes a representar. Por ende, los vestidos –con o sin percha humana– transmiten por sí mismos esa idiosincrasia del alma que contienen y se convierte en complemento, y no sólo máscara, del cuerpo que posee. Se pudo demostrar en el desnudo anticipo que Roqué ofreció a un gran número de espectadores selectos en un abarratado Lavadero de Barcelona, un taller de arte que conserva el encanto de los antiguos salones de principios de siglo pasado. Para la ocasión, la escenógrafa intepretó dos avances de los espectáculos citados, diseñados exclusivamente para el público checo.

Con música de Mariona Castelar y el acompañamiento vocal de la soprano Ilona Schneider, Roqué leyó con la voz rota y susurrante los versos de Cernuda desde otros aires menos habituales. Donde otros rapsodas subrayarían la mística con su entonación y silencios, en Roqué era tensión y miedo, pero también sensualidad lúbrica, sorpresa inquieta y dolor, mucho dolor. Austeramente sentada frente a la audiencia, y a veces coreada por el eco de la Schneider, Roqué hiló las palabras del poeta con una coreografía mínima de su silueta ceñida en una fina piel de lycra negra que hizo de su cuerpo otro bello poema. Entre gemidos –que no se sabía si de goce o de llanto–, Schneider entró en escena tras el segundo o tercer resurgimiento de ese mantra histérico con que Roqué interrumpía repentinamente sus esporádicas lecturas calmadas. Como un recuerdo involuntario o traumático, el nombre de su abuelo muerto se fundía con el del autor y un zapateado en crescendo que marcaba la letanía de un ritmo de saeta fúnebre. Dando una especial importancia a la dicción –lastrada por una leve afonía–, en boca de Roqué las S se volvieron sierpes, las R se arrastraron, y una enigmática mujer de nombre Aurembiaix se paseó invisible para ser maldecida mientras la intérprete destrenzaba su propio cabello, con el que finalmente se ahorcó girándolo alrededor de su cuello. Donde habita el olvido –rememórese aquella preciosa versión que bordó Morente en la Alhambra, poco antes de morir– recobró en la lectura de Roqué el sentido del quejido callado, ése al cual se relegan las víctimas bajo la lona del silencio interesado… Al respecto, no es casualidad que Cernuda fuese el poeta escogido: les une en consanguinidad el hecho de que fuera primo de su abuelo, fusilado por los franquistas por su condición de republicano militante. Así, en la mirada feroz de Roqué y en su mímica dramática –que en un segundo podía pasar de la rabia a la lujuria, de la locura a la cordura, de la ira a la catarsis–, se entremezclaban alusiones al sexo reprimido, al despecho del autor finado, al exilio, a la muerte. Ingredientes notables que no obstante quedaron huérfanos del apoyo escenográfico: sin un marco, una caracterización material y un colchón instrumental que arropara el canto a capella de Schneider, costó alcanzar el choque de emociones que se pretendía hasta llegar el clímax, en el que se cruzaron las intervenciones vocales de las dos mujeres. Aun a pesar de la fuerza del texto y de la intensidad de su lectura, el resultado no pasó de ser un sugerente work-in-progress que precisa urgentemente de un cuadro visual para lograr el impacto deseado. Lo visto/oído entonces, no obstante, no basta pero no decepciona, y eso ya es un gran comienzo. www.mariaelenaroque.com | Relacionados //  Iván Sánchez Moreno

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