Primavera Sound 2018
Primavera Sound 2018
Parc del Fòrum, Barcelona. 30 de mayo a 3 de junio 2018
Otro año de Primavera Sound, y nueva ampliación de formato y aforo; hasta 63.000 personas por día. La cantidad y variedad musical ofrecida no tiene parangón en cualquier otro evento del sud de Europa. A pesar de la progresiva normalización y comercialización de una parte de los contenidos, sigue siendo cita necesaria para los amantes de dejarse sorprender por propuestas muy difíciles de ver en directo por estos lares. Muchas de ellas en apariencia inverosímiles de congeniar entre sí, pero quizás aquí es donde reside la gracia del ambiente que se crea, y del muy variopinto público asistente, tanto en gustos como en edades.
Actualmente se puede decir que el Primavera son tres festivales en uno. La parte central del recinto, con sus hasta ocho escenarios, es lo que más se parece al espíritu de antaño del festival, con una oferta variadísima, a momentos estresante, con las características riadas de gente desplazándose en todas las direcciones para poder llegar a tiempo a la siguiente función. Siguiendo la línea de costa en dirección sud llegamos a la inmensa explanada, Mordor para los habituales, con sus dos megaescenarios donde se programan las actuaciones más masivas o con formatos megalómanos. Y por último, en la otra dirección y cruzando por un larguísimo puente peatonal, ya en el municipio de Sant Adrià, se encuentra la zona discotequera. Tres espacios mayormente enfocados a lo electrónico.
Así pues, querer diseñar la ruta a seguir requiere de mucho estudio previo, de infinidad de visitas a YouTube, de poner a prueba tu plataforma de streaming, y de cálculos estratégicos de distancias factibles a pie. A todo esto he añadido como importante variable este año evitar los conciertos que podía suponer más multitudinarios, con resultados muy gratificantes. Aunque me pesa haberme perdido a Nick Cave.
Para poder reportar una visión global del certamen harían falta cinco cronistas coordinados, pero he aquí mi sesgada experiencia a lo largo de las tres jornadas principales del festival.
El jueves empiezo el día picoteando aquí y allá, a la espera de los platos fuertes, pero con poca suerte hasta que me encuentro con O’o. En las formas es el típico dúo electropop con chica a la voz y baile y chico a las máquinas, pero en resultados sobrepasa mucho la media, con sus efectos vocales y sus pasajes hipnóticos y a ratos tribales. Después me dirijo al Auditori del Forum para ver a los iconos del free jazz Art Ensemble of Chicago. En escena clarinete, trompeta, dos contrabajos, cello, batería y percusiones africanas. Empieza el concierto con un solo de clarinete de otro planeta y a partir de ahí se suceden las improvisaciones y los juegos entre los músicos. Después de una hora de habernos llevado por coordenadas extraterrestres moviéndose exclusivamente por el free jazz más extremo con toques tribales africanos, acaban con el único tema más cercano a un standard para que la caída sea menos dura y podamos volver a poner los pies en el suelo. Al salir aún puedo ver el final de la actuación de Sparks y me parece un concierto divertidísimo y bailable con su mezcla extravagante de pop y glam rock.
Y con el anochecer llega mi momento más esperado del festival, Anna Von Hausswolff. Y no defrauda en absoluto, su directo es pura potencia e intensidad mezclando doom, música sacra y folklore sueco. Y además su actitud fue ejemplar, dándolo todo y no conformándose con los 45 minutos asignados de actuación, alargándola lo que pudo hasta que le dieron el toque.
Y me voy con la música a otra parte. Se me pasa por la cabeza acercarme a los escenarios grandes para ver a Björk y Nick Cave, pero finalmente decido acabar la noche por espacios menos saturados. Del concierto de Björk oigo opiniones encontradas: en general cierta decepción porque era una actuación demasiado tranquila para un festival y prácticamente solo tocando temas de su último disco; para otros, todo un espectáculo con sonido y puesta en escena fastuosos. Del directo de Nick Cave, en cambio, solo oigo elogios.
Yo primero paso a ver a la australiana Amaya Laucirica y su pop sutil. Parece tener buenas intenciones pero a mí me deja bastante frío. Y para entrar en calor que mejor que Jlin?. Para los amantes de la música de baile con ritmos cuanto menos cuadriculados y pastelosos mejor, una sesión de la dj y productora de Chicago es impagable. Como dice la cita que la describe en la web del festival lo suyo es papiroflexia rítmica. Y como colofón de la noche me acerco a ver a Zeal & Ardor, banda que cruza góspel, blues y black metal. De entrada, con los primeros temas, me impacta la potencia del sonido y el juego de voces. El problema es que, con el paso de las canciones, al final me parecen toda la misma.
El viernes empieza el día muy bien con la maliense Oumoú Sangaré, trasladando al directo su genial último trabajo Mogoya, en el que mezcla la tradición wassoulou con influencias más modernos. Su banda, con interpretes malienses y franceses, nos hace bailar como posesos. Y el baile continúa justo en el escenario de enfrente con Metá Metá. Su mezcla de géneros brasileños con acelerador percutivo acaba convirtiéndose en un punk progresivo tribal. Son los The Ex de Sao Paulo.
Y sigo con Mogwai, es la primera vez que veo a la banda escocesa. Tienen un sonido potente e hipnótico pero demasiado monolítico. La sección rítmica es demasiado básica y cuadriculada y no deja despegar al conjunto. Hay momentos en que me gustan, pero la sensación general es que le faltan capas a su post-rock.
Lo siguiente es Ibeyi, una propuesta muy vitalista y colorida, y a ratos más intimista de lo que me imaginaba. Las dos gemelas franco-cubanas solas se lo hacen todo, no necesitan a nadie más. Tienen voz, tocan, poseen buenas canciones y lo que más me sorprendió: tienen muchísimo carisma, son unas bestias escénicas con mucha cara dura.
Y cambio de tercio con Charlotte Gainsbourg, que viene a presentar el notable álbum Rest. Pop tenso con toques electrónicos, músicos muy eficaces, buen sonido, voz justita pero aceptable, buen juego de luces en el escenario. Lo peor: para ser una buena actriz, encima del tablado es sosa con ganas. Y esa noche ya no vi nada más muy destacable.
El sábado comienzo mi última jornada de festival con Alicia Carrera, dj gallega con conocimiento y gusto para mezclar synthpop oscuro, electrónica experimental, kraut y sonidos tribales. Me sabe mal que solo seamos unas 40 almas asistiendo a una sesión de alguien que nos quiere guiar por lugares nuevos, cuando en el mismo espacio 8 horas más tarde estará abarrotado para escuchar música chumba-chumba, a mi gusto infumable.
Lo siguiente: Let’s Eat Grandma, el duo inglés formado por Jenny y Rosa, esta vez acompañadas por un batería. Ellas son descaradamente jóvenes pero muy divertidas en el escenario, con mucho desparpajo para cambiar continuamente de instrumentos, jugar entre ellas y hacer evolucionar unas canciones aparentemente sencillas añadiéndoles capas.
Continúo con Jane Birkin, cantando canciones de Serge Gainsbourg, arropada por una orquestra filarmónica de 50 componentes. El resultado es espectacular y emotivo, y aunque el espacio no es el más idóneo Birkin se siente a gusto, contenta y comunicativa.
Aún no he pisado la zona de los grandes escenarios hasta hoy y no tengo muchas propuestas de vida o muerte en otros sectores, así que decido asumir un doble programa de pop comercial. Empieza con la sueca Lykke Li. Me lo paso bien un rato pero la cosa es bastante mejorable en todos los aspectos. Eso sí, el público se revoluciona cuando toca casi al final del show su superhit I Follow Rivers. Después es el turno de la neozelandesa Lorde, y aunque sea feo comparar tengo que decir que la cosa mejora en todos los sentidos: en voz, en canciones, en banda, en arreglos y en espectáculo. También la ayuda una calidad y potencia de sonido espectacular.
Al acabar, busco el extremo contrario con el metal-hardcore acelerado y con mala leche de Dead Cross, superbanda con entre otros el vocalista de Faith No More y el batería de Slayer. También paso un momento para ver el directo de ABRA, pero su R’n’B suena mejor en disco que en vivo, la voz no le llega. Decido trasladarme a Deerhunter, que aunque no traen nuevo trabajo bajo el brazo, hacen un muy buen concierto. Su rock tiene muchas vertientes y suenan muy bien.
Y lo siguiente prometía que tenía que ser uno de los platos fuertes del festival, la puesta de largo del nuevo y aclamado disco de Beach House. Y estuvo bien pero la cosa al final fue demasiado fría, a una hora en que ya de por si empezaba a hacer frío. Por el contrario en el escenario Pitchfork los Public Service Broadcasting animaban al personal con su math-rock instrumental y movido.
Y aquí acaba mi aventura primaveral de este año. Una edición en la que se ha asentado aún más el inmenso formato que ha tomado el evento, con una organización impecable, y un ambiente muy cómodo y agradable. Mi único inconveniente o petición: las ha habido, pero quizás he echado en falta más propuestas musicales rompedoras que me hayan sorprendido. Siempre ha sido el rasgo del festival dejarte pasmado con sus sugerencias y me gustaría que siguiera siendo así. + Info | Relacionado |Texto: Enric Francesch Campi