MUERTE DE ELAINE LORILLARD, SALVADORA DEL JAZZ

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De no ser por Elaine Lorillard, los aficionados del jazz seguirían disfrutando de su música en la oscura marginalidad de locales nocturnos llenos de humo.

En 1953, tomándose unas copas en el club de George Wein, tuvo la idea de organizar un evento que sacara de su ensimismado aburrimiento a la acomodada burguesía blanca de la ciudad-balneario de Newport, en Rhode Island. Al verano siguiente, en julio de 1954, se inauguraría el primer Festival de Jazz de EEUU gracias a la generosa aportación de un crédito de 20000 dólares a fondo perdido por parte de Elaine. Sin embargo, el dinero había salido en realidad de las arcas de su esposo Louis Lorillard, acaudalado magnate del sector de la tabacalera. Casi 11000 personas acudieron a los conciertos celebrados en Newport. A lo largo de su corta vida, el festival vio desfilar por sus escenarios a artistas de renombre como Billie Holiday, Miles Davis, Duke Ellington, Dizzy Gillespie, Oscar Peterson o Thelonius Monk entre tantos otros. No obstante, ni Elaine ni su marido vieron nunca un duro de los beneficios recaudados, que fueron a parar sólo a manos de George Wein, por entonces asociado con el matrimonio en calidad de gestor y coordinador. La demanda impuesta cinco años más tarde no se zanjó hasta 1992, con una reconciliación pública entre Wein y Lorillard, por entonces ya divorciada de su marido. Poco después ingresaría en el Centro Heatherwood de Reposo y Rehabilitación de la misma localidad, aquejada de demencia senil. Moriría a los 93 años, durante la madrugada del pasado lunes 2 de diciembre. Lorillard siempre decía sentirse fascinada por el solo que Paul Gonsalves interpretó en Disminuendo and crescendo in blues, incluido en Duke Ellington at Newport (Columbia, 1956). Gracias a Lorillard, el jazz alcanzó la respetabilidad de la que hoy alardea en la sociedad del tresillo acolchado del hombre blanco, en lugar de mantener su pureza entre las sucias mesillas de un viejo y entrañable café-concert. // Iván Sánchez Moreno