Michael Nyman
Michael Nyman
Festival Grec
Barcelona, Teatre Grec
16 de julio de 2007
Hace tres días, el recinto del Teatre Grec lo copaba Peter Greenaway en labores de video-dj. Desde su divorcio artístico, Michael Nyman ha acomodado su música a la sufrida fórmula del tema-con-variaciones, como prueban sus cumplidores trabajos para El Piano (Jane Campion, 1993) y Wonderland (Michael Winterbottom, 1999), que por cierto rescató en los bises finales. Planteada quizá como vendetta, la primera parte de su concierto consistió exclusivamente en piezas diversas de sus bandas sonoras para Greenaway –El contrato del dibujante, 1982, Conspiración de mujeres, 1988, Prospero's Books, 1991…–. Hierático como de costumbre y calzando calcetines rojos como única excentricidad, Nyman dirigió desde su piano a una banda enérgica y muy bien compenetrada, relegándose él mismo a un segundo plano. El repertorio aportaba unos mínimos cambios con respecto a las versiones originales en disco, dando mayor empaque a los matices de vientos –sobre todo para el lucimiento de Andrew Findon, quien le sacó partido a los juegos de efectos de saxofón y flauta– y a la viola de Kate Musker, más descocada de lo habitual (lo suyo con el arco es un mal de San Vito). Nyman se limitó aquí a marcar el ritmo con el dedo y coordinar las fugas y contrafugas de cada línea instrumental. El segundo bloque, en cambio, siguió la estela de otros compositores contemporáneos, desde los minimalistas John Adams –El gabinete del Dr. Ramirez de Peter Sellars, 1991– y Philip Glass –Dracula de Tod Browning, 1931, La Bella y La Bestia de Jean Cocteau, 1946, Powaqqatsi de Godfrey Reggio, 1987– hasta Jeff Mills o Giorgio Moroder y su techno-pastiche para Metropolis (Fritz Lang, 1928), orquestando nuevas músicas para viejas películas o cine mudo. Nyman recibió el encargo de reescribir la partitura de acompañamiento para la proyección en directo de Man with a movie camera, un raro largometraje de Dziga Vertov rodado en la extinta Unión Soviética, de aires eisensteinianos y lectura abierta. Este añejo video-clip de corte constructivista se apoya en un montaje histérico a base de encuadres imposibles, simetrías arquitectónicas, símbolos recurrentes, superposiciones de planos y momentos de pura poesía visual –como la lluvia de chispas que baña al cameraman en la fundición o la oda al maquinismo ferroviario con fondo sonoro bucólico–. Aunque la suite de Nyman no siempre alcanza correspondencia con las imágenes (éstas responden a una concatenación sin lógica aparente donde prima, ante todo, la narración del proceso mismo de realización de la película: “metacine” le llaman), la verdad es que la música funciona muy bien independientemente. La obra de Vertov incide argumentalmente en el mito del ojo vampírico que agiganta la realidad a su paso, provocando extrañeza en lo cotidiano para cobrar nuevo sentido –y ahí los crescendos de Nyman tienen un papel esencial–. La recapitulación final de película y banda sonora abre esperanzas a los fans del antiguo Nyman, por fin felizmente recuperado para el cine… de 1929. A ver si así, aliándose con los clásicos, se convierte en uno de ellos. // Iván Sánchez Moreno