Márta Sebestyén

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Márta SebestyénMárta Sebestyén
“I can see the gates of heaven…”
World Village / Harmonia Mundi, 2008

En tiempos de sequía espiritual –y en los que a sus oficiantes se les trinca con la minga en la mano entre gotas de esmegma y lágrimas de niño–, la religión (como la música) se está convirtiendo en una asignatura pendiente para toda formación humana. Entramos en la incertidumbre de un nuevo siglo con el espíritu debilitado, y quizá ya tan sólo los verdaderos tesoros inmaterials que la humanidad pudo crear sin la ayuda de Dios podrían ahora sanar la amargura que cada día nos tiznan con tinta de periódico. Sin embargo la melancolía –que en el medievo se asociaba al demonio de la acedia– es más que un sentimiento; es un estilo de vida. Bien lo saben los literatos del este de Europa, y más aún los compositores que de allí nos trajeron su música. Quien esto suscribe debe sus deudas con Márta Sebestyén, Iva Bittová y Magdalena Kozená, quienes trastocan la tristeza en etílica alegría en momento de intensa bajona anímica (Flower Gatherers, incluida en el disco que nos ocupa, es uno de esos temazos que haría las delicias de los fans de Led Zeppelin III, mientras que el inicio de Driving Away Sorrow y el final de Good King Matthias recuerda a los añorados Jethro Tull de la primera época). Tal vez esa urgencia por recuperar la fe que nos ata a la metafísica del devenir diario ha llevado a Márta Sebestyén a rescatar varias de las danzas y canciones religiosas que compiló a mediados de los `70 junto al folklorista húngaro Ferenc Sebô, como otrora hicieran Carl Stumpf, Béla Bartók y Zoltan Kodály protegiendo así el legado sonoro de una Historia de los Cárpatos en peligro de extinción. El canto que Sebestyén popularizó tanto al frente de Muzsikás como en la banda sonora de El paciente inglés (Nuevos Medios, 1997) se apoya en esos melismas tan particulares e idiosincráticos de su tierra –lo que viene a caracterizar grosso modo el mal llamado estilo de “las voces búlgaras” y que, por el contrario, aúna a la casi totalidad de los Balcanes–. Basado en una polifonía asilvestradamente templada y sin domar, el rasgo vocal que identifica las canciones de I can see the gates of heaven puede rastrearse tanto en los coros sacros de Bach y a lo largo de la ruta del Císter –en Vallbona de les Monges, por ejemplo, como muestran algunos trabajos de Jordi Savall–, como en el yoddel, los kyries célticos, el canto sardo y en el pastoreo vasco (juzguen similitudes en los discos de Beñat Achiary para salir de dudas). Se trata de un sonido que procede tanto del alma, si acaso ésta existe, de los pueblos ancestrales –la Völkerpsychologie de Wundt o el inconsciente colectivo de Jung ahondaban por ahí, aunque a la psicología le interese más hallar el aleph en la neurona alfa…–, como también de la propia postura del cuerpo, pues no en vano muchas de estas canciones se interpretaban faenando el agro y estableciendo una máxima comunión entre la madre Naturaleza y la esfera divina a través del esfuerzo y sacrificio de la vida, envolviéndolos con el celofán más llevadero de la música. Aún queda esperanza siempre que se editen discos así. www.worldvillagemusic.com // Iván Sánchez Moreno