Katia Guerreiro Festival Atlantic Sons
Festival Atlantic Sons
Teatro Nuevo Apolo. Madrid. 12 de enero de 2017
Descubrir a Katia Guerreiro en el Festival Pirineos Sur hace cinco años supuso un flechazo musical en toda regla. Las melancólicas melodías del fado en un escenario como Sallent de Gállego surtieron un efecto mágico y balsámico a partes iguales. Tras su paso por nuestro país hace dos años, en el que presentó en sociedad el que es su último trabajo hasta la fecha: Até o fim (2015), el festival Atlantic Sons era la excusa perfecta para reencontrarse con este pedazo de artista oriunda de Sudáfrica. Las bambalinas del Teatro Nuevo Apolo flanqueaban un decorado de fondo morado, tono más que idóneo para ambientar la saudade que estaba por venir. Tras la presentación de rigor de sus músicos: Luis Guerrero (guitarra acústica), Joâo Veiga y Pedro Castro (guitarras portuguesas) y Francisco Gaspar (bajo acústico), Katia arrancó la velada con Incerteza, tema de su disco de debút Fado maior (2001), que dejaría entrever las constantes musicales por las que atravesaría el recital. Katia siente el fado como si la vida le fuera en ello. Y mueve los brazos y se contonea tan apasionadamente como un pájaro que vuela libre escapado de una jaula. A continuación abordó 9 amores, en la que aludió al carácter de la música de las Azores, islas en las que creció y se empapó bien de música. Le siguió À janela do meu peito, un clásico de la gran diva de la canción portuguesa Amália Rodrigues, que en boca de Guerreiro parece crecer e inflamar su halo de grandeza. Ni que decir tiene que su potente e impactante timbre detenta la fuerza y el savoir-faire de las mejores fadistas que haya dado nuestro país vecino. En todo momento Katia se preocupaba de explicar en un más que correcto español cada uno de los temas que iba desgranando, pese a que se excusara de expresarse en “portuñol”. Seguiría con el grueso del repertorio que conforma Até o fim. Así fueron desfilando Nesta noite, Fado na noite que nos fez, Fado dos contrarios, Eu gusto tanto de ti. Y aprovechó para ensalzar la figura de Luz Casal, que se encontraba en el patio de butacas como una espectadora más de excepción, a la que definió como un referente tanto musical como vital. Entre tema y tema no dudó en destacar el papel que ejercen Thiago Bettencourt, productor y director musical de Katia y elemento indispensable en su equipo artístico. También puso énfasis en Pedro Castro, el guitarrista y autor de muchas de las músicas de su sentido cancionero, y del que recordó su casa de fados hoy ya perdida. Retrocedió hasta los anales de su segundo disco, Nas mâos do fado (2003), con la exquisita Rosa vermelha. E hizo un breve paréntesis para alejarse del fado y dedicar una preciosa nana a su hija Lua, venida al mundo hace cuatro años. Antes de encarar Quero cantar para a Lua dejó claro que no quiere un hombre rico que se case con su hija ni que tenga grandes éxitos, si no más bien que pueda vivir con total libertad y que sobre todo, no se olvide nunca de su madre. En As 4 operaçoes comparó el amor con las matemáticas, explicando los distintos estados por los que atraviesa este sentimiento universal. “Primero se suman dos corazones, luego se multiplica el amor, más tarde va desapareciendo y se resta para finalmente dividirse”. No obstante, Katia se mostró optimista apostando siempre por el amor. Volvió de nuevo a los orígenes con Asas, tema de su primer disco. En la recta final cayeron Pranto de amor ausente, Mentiras (en la que cuenta la historia de una mujer engañada por su marido con una tal María y en la que descubre que a veces es mejor encajar una gran mentira que afrontar la dolorosa verdad). Después de poner la puntilla final con Até o fim, canción que da título a su último trabajo, todo parecía finalizar a tenor de los saludos pertinentes de los músico, abrazados en primera línea sobre el escenario. Pero aún quedaba pólvora de la buena. En los bises, que abordó sin dejar casi un respiro, interpretó magistralmente Piensa en mí, cantada en castellano y dedicada, como no, a su amiga del alma Luz Casal, a la que no dudó en agasajar con un sentido abrazo en el patio de butacas. Y también atacó Lisboa, de Charles Aznavour, cargada de esa pátina de chanson francesa. Esta vez la despedida iba en serio, y esperemos que sea un hasta pronto, pues como sentenció Katia: “una vez que conoces el fado y te atrapa, tu vida cambia, como cambió la mía”. Y es que aunque todos parezcamos tan diferentes por fuera, en el fondo somos iguales por dentro. En los sentimientos que removió vorazmente la gran embajadora del fado que es Katia Guerreiro. + info I relacionados I Miguel Ángel Sánchez Gárate