Kálmán Balogh & Gypsy Cimbalom Band
Kálmán Balogh & Gypsy Cimbalom Band
Barcelona, L’Auditori
27 de octubre de 2006
Para muchos occidentales, la música popular del centro y el este de Europa tiene unas connotaciones muy naturales y tradicionales en lo que respecta a su uso en las celebraciones familiares y sociales de los diferentes pueblos y grupos culturales. En lo que pocas veces paramos atención es que esa música, esa tradición popular, de la raíz más antropológica, también se reinterpreta, se experimenta y se reelabora para otro tipo de escenarios, como una sala de conciertos o un clásico auditorio. Y en esa forma de presentarla ante el público –digamos más occidental– parecen surgir ciertas contradicciones. Los asistentes a la sala pequeña de L’Auditori contemplaron a unos auténticos virtuosos de sus instrumentos. Sobre el escenario, Kálmán Balogh con el címbalo –un instrumento de cuerda, a medio camino entre el piano y el arpa, que se toca de forma parecida al xilofón–, y el resto de componentes de la formación, haciendo filigranas con el saxofón, el violín, la guitarra, el bajo y la trompeta, ofrecieron un concierto impecable con su lectura de la música tradicional húngara y gitana. En su interpretación de las raíces, se apreciaron elementos comunes con el country, el swing, el jazz y hasta el rock and roll, adaptándose a diferentes sonidos y otorgando una presencia destacable a esas conocidas tonalidades zíngaras que aglutinan el paso de diferentes civilizaciones por los territorios europeos más orientales. Fue sorprendente el trepidante ritmo que otorgaba la base instrumental de bajo y guitarra para que trompeta, saxofón y címbalo apretaran el paso y se lanzaran a galope tendido sobre nuestros oídos. Con esas melodías endiabladas, esos ritmos que golpean alegremente y sin piedad nuestros tímpanos, el que más y el que menos movía sus piernas sentado, intentando seguir el ritmo que desplegaba el grupo. Una difícil tarea, además, si se contempla un grupo que apuesta por la tradición popular y el clasicismo de conservatorio. Para los más bailongos, es de suponer que la actuación se convirtió en una especie de excitación reprimida. La presencia de las butacas y de un público atento que aplaudía cuando tocaba así lo confirmaba. Ay, si esa platea hubiese sido un espacio abierto, sin obstáculos para dar rienda suelta a esa sensación poderosa que te impulsa a moverte, a saltar y a sentir la música dentro de uno mismo… No obstante, a pesar del éxito de la formación húngara, tampoco hubiese sido una comunión especial como consecuencia de la solemnidad del maestro de ceremonias y sus discípulos. En la falta de comunicación con el público estuvo su punto flaco. // Antonio Álvarez