Julia Sarr

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Julia Sarr

“Daraludul yow”, Autre, 2014

En Set luna, su ópera prima de 2006, la cantante Julia Sarr optó por un personalísimo acercamiento al flamenco junto al guitarrista francés Patrice Larose. Hay que decir que la artista de Dakar optó por un tratamiento totalmente iconoclasta y rompedor, nada purista ni tradicional, y regado con un sentir africano embriagador . Tras su colaboración en los coros en Dakar-Kingston (2010), el álbum jamaicano de Youssou N´Dour, la mezzosoprano senegalesa, que ha colaborado con músicos tan célebres como Salif Keita, Lokua Kanza, Richard Bona, Oumou Sangaré o MC Solaar, nos presenta ahora su segunda colección de canciones titulada Daraludul Yow. Para la ocasión se rodea de un generoso séquito de músicos entre los que se encuentran los pianistas Jean-Phillipe Rykiel (con quién ya alternara en su primer disco), Fred Soul, Mario Canonage, Bojan Z y Samuli Mikkonen; amén de una buena cohorte de artistas oriundos del continente africano, léase el percusionista Mamané Thiam al tama (tambor parlante), Alune Wade a la calabaza, Moriba Koita al ngoni (laúd africano), el korista Yakouba Cissoko y el violinista tunecino Jasser Haf Youssef. Es difícil acotar musicalmente Daraludul yow, que significa poligamia en wolof, ya que los sonidos se maridan en una colisión de géneros sin aspaviento alguno. Así Djelima abre fuego en clave acapella con la voz de la artista serer (una de las etnias de Senegal) sola ante el peligro. Con Adjana (el cielo, en wolof), irrumpen unas líneas de piano jazzísticas y muy melódicas unidas a unos coros celestiales y un tratamiento acústico, que es la tónica en el que se mueve el álbum de principio a fin. Daraludul yow, la canción que da título al disco, despliega los sonidos arenosos del ngoni, que le dan una atmósfera totalmente desértica. Jem kanam (destino en wolof) suena íntima y nocturna, con unas líneas de piano tenues y sin demasiados alardes y el algodonoso violín de Jasser Haj Yousef, dando pie a una de las canciones más sentidas y tiernas del disco. La comedida percusión con la que se inicia Salamalekkum (permiso de residencia) da paso a una voz plena con unos sedosos coros y sirve de himno a todos los inmigrantes que luchan en la vieja Europa o al otro lado del charco. Nawna es una canción compuesta por el congoleño Lokua Kanza y empieza de forma un tanto espectral con un violín casi fantasmal. Es un sentido y minimalista homenaje a los muertos en el genocidio de Ruanda en 1994, constituyendo otro de los momentos álgidos y más conmovedores de este disco. Xolam Yaatuna (el corazón del Padre) es una deliciosa nana dedicada a la figura paterna. Sentoo (esperar al niño) cuenta tan sólo con la instrumentación del ngoni de Moriba Koita y suena a pieza callejera de griot. Walagaan (la lluvia que se espera) se antoja como una plegaria para las cosechas de los paysanes (agricultores), como si la melódica voz y coros, fueran rezos dirigidos a un ente superior, destacando la revoltosa percusión de la tama en la parte final de la canción. Yoni Malaaka (el ángel) es otro monumento de belleza con esos esplendorosos barridos jazzísticos del piano de Jean-Phillipe Rykiel, y constituye otra de las cimas creativas de Daraludul yow, debido a la sentida voz de Sarr. La kora de Yakouba Sissoko despliega el arte mandinga en Thies, un homenaje a la ciudad del ferrocarril, una urbe que se encuentra apenas 70 kms de la capital senegalesa y es cuna de numerosos músicos como Coumba Gawlo, Secka o Wa Flash. Esta es la pieza que más africana suena de todo el álbum. Manko (Senegal en serer) habla de un personaje histórico como Aline Sitoé Diatta, la mujer guerrera que encabezó la revuelta anticolonial diola en Casamance, región del sur de Senegal. El disco acaba con Doom (hijo), una enternecedora balada que pone el punto y final a un trabajo de lo más emotivo e introspectivo , que destaca por su gran belleza y delicado encofrado. + info I Relacionados I Miguel Ángel Sánchez Gárate