José García Obrero
José García Obrero
“Un dios enfrente”. La Garúa, 2013
La vida no es fácil. El panorama mundial y las perspectivas de futuro tampoco ayudan mucho. Un dios enfrente (2013, La Garúa) es una declarada advertencia de ello, un ajuste de cuentas con ese dios imperfecto que nos abandonó a nuestra suerte cuando nos trajo al mundo: a veces, un dios hecho de arcilla (La Caza); otras, un dios que aprieta hasta ahogar (Vaivén). O peor aún: un dios que es enemigo interior, que se alimenta del fracaso y la derrota (Un dios enfrente).
Por descontado, estamos hablando de un dolor existencial (La nada me contiene, reza uno de los títulos) que es más antiguo que el propio hombre. Este miedo ancestral a la vida, que los románticos tan bien cultivaron, se traduce aquí con versos duros como por ejemplo éstos: Me he cortado las uñas con mordiscos de perros / Quise someter el rayo y la tarántula / el grito de las niñas que esperan un zarpazo / Moriré de algo vulgar, como las bicicletas. Son extractos que, de no ser por la reconocida autoría de José García Obrero, podríamos atribuir a Javier Corcobado, a Kike Babas o incluso a José María Fonollosa. De estilo seco y directo, Obrero bebe también de referentes como Miguel Hernández (este rayo que no cesa), José Ángel Valente (por la luz, símbolo recurrente del poeta), Alejandra Pizarnik (por el agua y la muerte, por las mismas razones), además de otros guiños a sus maestros en la distancia y a sus amigos en la cercanía en muchos de los encabezamientos: Octavio Paz, Vicente Aleixandre, Màrius Sampere, José Antonio Arcediano, la Rayuela de Cortázar, etc. No es casual que Jordi Valls, autor del texto de la contraportada, advierta algunas de las influencias citadas, adoptando en ocasiones el estilo y los recursos más usuales de aquéllos. Los homenajes se extienden también hacia el rock, como se muestra al sugerir y colar entre sus páginas los nombres de Nick Drake, Mark Lanegan o Mason Jennings.
No obstante, Obrero no es ningún novato en estas lides literarias. Todavía pendiente la edición de su anterior poemario (Mi corazón no es alimento), Obrero ya destacaba como uno de los integrantes del grupo de blogueros 7Voces, así como responsable de algunas revistas especializadas del ramo como Girándula y Perfil del Aire. Junto a Óscar Sotillos –autor de la también magnífica novela La orilla de las palabras (premio Encina de Plata del año 2010)–, también pergeñó la web El Pixel en el Ojo, dedicada a la poesía visual. Conocido por sus performances y recitales en el festival Cosmopoética de Córdoba, divide su biografía entre dicha ciudad andaluza, Barcelona, Madrid y Roma.
Ese hálito errante, sin embargo, somete en consecuencia al desarraigo, al temor por la solitud y los desapegos. Al respecto, Obrero habla de tú a tú al lector, como hiciera Gil de Biedma en su célebre Pandémica y celeste. Pero ese Otro al cual se dirige puede ser también él mismo, o ese dios incierto que refiere el título y que nos mira desde la tapa con ojos de piedra. Obrero adopta este credo imperativo como hilo conductor del poemario, con la misma agresividad de la que se sirve Ferran Anell o el citado Fonollosa. Este tono aún se recrudece más en la penúltima parte, dedicada a la violencia cotidiana, ésa que hace coincidir a diario la antipatía del autobusero, el teclado que se encalla en la A, y el mismo cordón de siempre desatado.
Pero donde el arte del poeta brilla con mayor fuerza es en la que destina a los derivados del agua (Lluvia, Ríos, Afluente, Pez, Mojado, Clepsidra, Isla…), que, al igual que se abre con un Génesis, se cierra con un Apocalipsis fatalista que parece apuntar a un ahogamiento por desamor, la muerte en vida más triste y más lenta de todas. Porque el agua ahoga, inunda, anega… como también purifica, refresca, sacia. La poesía de Obrero, a tal efecto, se balancea en esa agradecida ambigüedad de los valores relativos de la vida, que es, en el fondo, el secreto mejor guardado de la belleza: hacer que incluso en los marcos menos propicios resurja algo bonito. | +Info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno