Joe Satriani
Joe Satriani
Festival de Guitarra de Barcelona
L’Auditori, 6 de mayo de 2007
Distorsionado sería el título de la experiencia músico festiva que disfrutaron los asistentes al Palau de la Música de Barcelona; por la propuesta que presentó con acierto Project, la empresa organizadora, y por otros menesteres… El artista y protagonista de la noche, que agotó todas las entradas disponibles, fue fiel a su concepción étnico/cultural de la música que ha creado a lo largo de su provechosa trayectoria musical. Fiel a sus orígenes y a sus raíces estéticas y sin salirse de su tradición musical, cumplió con el patrón establecido para goce de los presentes. Sin cantar y tan solo interpretando su instrumento, Joe Satriani (New York, 1956) convenció siguiendo al dedillo el canon de lo que debe ser un artista de éxito al modo occidental, imperial y mayoritario de los ritmos del mundo, o del rock (por catalogar de alguna forma a los que siempre andan clasificando con la miopía de un sólo punto de vista).
Partiendo de ese planteamiento y observando al intérprete como un virtuoso de la guitarra, en este caso eléctrica, el concierto distorsionó al espacio arquitectónico, entre otras cosas por lo afilado de las guitarras y por un público diferente al de otras ocasiones. De entrada, el escenario acogía una estética tecnológicamente ajena al modernismo: un mar de amplificadores y monitores protegía el altar ceremonial de la plebe y en su centro, un amplio tul negro protegía la carcasa de la batería.
La distorsión siguió desencadenándose con la presencia de los teloneros Bazar que, sin esperarlo, atrasaron la descarga eléctrica posterior. A pesar de contar con danzarina, el virtuoso sonido de la formación sonó serio, monótono y sin demasiada vitalidad para los que por allí se encontraban. Seguramente en otro momento y con otras perspectivas, el grupo hubiese conseguido mayor magnetismo. A su término, a las 21,55h, de reloj, se dio paso a la consumación. Durante 135 eléctricos minutos, los pilares físicos e ideológicos del Palau de la Música se distorsionaron albergando rock en estado puro. Mientras el público entregado aplaudía, ovacionaba y fotografiaba al maestro, éste, con su viril instrumento, derrochaba en poses, rifs, punteos, tappings y cualquier filigrana “digital”, o no, que se le pasara por la cabeza.
El último guitar hero, maestro de guitarristas como Kirk Hammett, de Metallica, o compañero de viajes exploratorios al espacio guitarrístico junto con Steve Vai y Robert Fripp, en G3, lució instrumento, calva y gafas negras que no se quitó en todo el concierto. Repasó su discografía, trituró sus hits y emocionó, de una forma u otra con piezas de su último trabajo Professor Satchafunkilus and the musterion of rock. Con sana chulería y ganas, demostró que goza de una perfecta simbiosis con lo que tiene entre sus manos. Se pasa con la velocidad de su digitación, con la que le da a la púa… Y sigue… juega al tapping a dos manos, se coloca su propia cejilla con la mano izquierda mientras la derecha sigue digitalizando y fabricando sonidos. Percute donde otros no lo hacen, y lo hace diferente; crea armonías dañinas y complacientes, a veces imposibles, volviéndose meloso. En lugar de rayar pensamientos y ralentizar el tiempo, lo pulveriza y, bueno, te hace pasar dos horas que ni te enteras.
Si a ese desparpajo enérgico le sumas el ropaje de la base rítmica que lo envuelve, el bodegón ya se “tridimensionaliza”. Brad Russell, el bajista, consiguió dar guerra sin piedad, lució camiseta culé y se marcó una versión de Going to California, de Led Zeppelin, como si tocase una guitarrita.
Entre reparto de púas por doquier, calor y fin de fiesta en plan éxtasis sonoro, la distorsión continuó sonando maravillosamente bien con música enlatada del zeppelín volador de Plant y Page para dar salida al público hacia sus casas. En el hall de salida, más distorsión. El merchandising funcionaba a pleno rendimiento ofreciendo correas de guitarra, más púas, devedes y camisetas negras a lo heavy. Y en la calle más, cubriendo el suelo, con sus vendedores, como si saliéramos de uno de los multitudinarios conciertos que se celebran en el Sant Jordi. Seguramente muchos pensarán que el espectáculo ofrecido por Satcha era manido, impostado, desactualizado y hasta pueril, pero el goce queda ahí: tímpanos electrocutados, vista quemada y el cuerpo acalorado pidiendo más. Ya saben, sexo, droga y rock and roll!!! // Antonio Álvarez