Grup Instrumental BCN216

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Festival Nous Sons
Barcelona, L´Auditori
14 de marzo, 2009

Con el título de Veus Singulars se reunían las obras de cuatro artistas tan personales como eclécticos en la tercera cita del ciclo Nous Sons de músicas contemporáneas. A cargo del grupo BCN216, formación residente de L´Auditori y responsable asimismo del Festival Digressions de Barcelona, el concierto fue aumentando en número de músicos sobre el escenario a la par que en complejidad compositiva.

El programa se abría con una pieza de cámara para piano y trío de cuerdas de Joan Guinjoan, un Self-Paráfrasis de gran riqueza tímbrica que coqueteaba veladamente con el free-jazz. De estructura triádica, fue compuesto por encargo del Festival de Granada como homenaje a Richard Strauss, del que se tomaban algunas mínimas referencias más bien a modo de deconstrucción entre momentos inspirados, como ese sensible final que cierra la obra. Sentado entre el público, el veterano autor catalán agradeció los aplausos que está volviendo a cosechar en esta segunda juventud de la que goza desde el estreno de Gaudí, ópera (recientemente editada en formato DVD, por cierto) que supuso un giro en su carrera posterior y que le ha llevado a desarrollar un lenguaje estilístico muy variado capaz de aunar pasado y presente.

Siguió otra obra de encargo –lo delata el título: Música per a un Festival– que compusiera Ernest Martínez-Izquierdo expresamente para el grupo que hoy lo interpretaba: hacía poco más de siete años de su fundación y el autor quiso rendir un tributo jugando con las equivalencias musicales de las cifras que dan nombre a la orquesta. A medio camino entre el lenguaje de Luciano Berio y el de su maestro Pierre Boulez, la pieza en cuestión ponía el acento en la percusión (a cargo de Sebastià Bel), cortante, tajante y fría unas veces; soñadora y de reminiscencias zapperas otras –quizá como anticipo al próximo concierto que prepara Martínez-Izquierdo para el mes que viene en calidad de director–. De enigmática sonoridad, repleta de recovecos inquietantes, Música per a un Festival fascina tanto como repele arisca, como una mujer bella que no se deja querer. Marcando su gramática por las notas largas de las secciones de cuerda y viento, mantenía la atención en el eco dejado en el aire por la percusión y el piano, estirando la sensación de tensión como se perpetúa la ilusión de un amor muerto apuñalado por el silencio.

 A continuación se regaló a la audiencia con dos estrenos en España: la octava entrega de la serie Trame que iniciara Martín Matalón hace más de una década y la secuela para orquesta reducida derivada de la Chamber Symphony de John Adams.

Ideada como piezas independientes para formaciones diversas –como las Bachianas de Villa-Lobos–, las diferentes variantes de Trame sirven a su autor como campo de experimentación. Confiriendo a la marimba el especial protagonismo –no en vano, la solista Eve Payeur apareció en escena con un frondoso manojo de mazas de todo tipo, tamaño y colores–, el primer movimiento de los cinco que componen esta Trame VIII se sustentaba sobre una marcha cuyo tema central dirigía dicho instrumento, para a partir de entonces seguir por otras sendas (más impresionistas el segundo; sosteniéndose en líneas suspensivas el tercero; flirteando con un jazz abstracto el cuarto…). Trame VIII mostraba un dinámico escaparate de matices y efectos: soplando las boquillas y lengüetas sin emitir más sonido que la expiración desnuda, con el chasquido de los gongs, sordinas roncas, los tonos graves y telúricos de un contra-fagot, el chirrido histérico de los agudos de las cuerdas, las cascadas de campanitas, etc. Sin duda, este argentino domiciliado en París merece una atención especial.

Por último y no por ello menos importante, cabe destacar Son of Chamber Symphony, arreglo reciente de una de las obras cumbre del minimalista norteamericano John Adams. Menos anárquica que aquélla, Son of Chamber se inspira mínimamente en Beethoven –apenas reducido a una cita de la en las cuerdas– y más bien parece ser un hijo putativo del Harmonielehre o Tratado de armonía que escribiera Adams a mediados de los `80. Neurótica, obsesiva, violenta, impredecible, la obra de Adams se basa en la repetición y superposición de líneas melódicas, en ocasiones incluso incómodamente opuestas. Pero en ese personalísimo contraste reside la huella del autor, haciendo de ese caos disciplinado –de la misma manera en que lo hace Fripp con su orquesta de guitarras– un caleidoscopio de frases entrecruzadas que en manos de otra directora menos solvente que Virginia Martínez podría haber sido como ver a Mr. Bean haciendo malabares con huevos de avestruz. Si bien en el primer tercio el rol principal lo dicta rítmicamente un órgano eléctrico y la celesta, en el segundo es la emotiva flauta de David Albet la que introduce el tema al que luego relevará un cadencioso pasaje de violín, antes de acelerarse y complejizarse progresivamente con la ayuda de la percusión, que irá marcando velocidad como en una galera de esclavos hasta desembocar en ese apoteósico final casi émulo de Steve Reich. Con un buen chute de Adams no hay días miserables, ni siquiera con cielos de ceniza y corazones de cristal. Me confieso yonqui de su obra y esta dosis fue excesiva, pero no hay nube más mullida que la de este colocón. Quiero más, quiero más, ¡quiero más! // Iván Sánchez Moreno