Gilberto Gil

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Gilberto GilGilberto Gil
Barcelona, Palau de la Música
28 de febrero de 2007

Ir a ver a un señor Ministro de Cultura en el Palau de la Musica de Barcelona, a priori, impone. Pero cuando se ilumina una pequeñísima parte del señorial escenario modernista y en él aparece un campechano y elegantísimo Gilberto Gil, con bambas blancas, camisa india, una coleta rasta medio deshecha y su guitarra, cualquier aire de pequeño burgués, inevitablemente implícito en el noble espacio barcelonés, se desvanece. En vez de ministro, Gil parecía un torero, con su violão por capota, ante una plaza llena hasta la bandera y ofreciendo un puñado de buenas canciones hechas e interpretadas con la sensualidad, la sutileza y la madurez heredadas de esa generación tropicalista en la que, junto a Caetano Veloso, Milton Nascimento y Tom Zé, se convirtió en hito de la música brasileña. Uno de los músicos más influyentes del gran país sudamericano, ahora además combatiente en las primeras filas del proyecto político y social de Lula da Silva, dejó más que patente que la música en Brasil no es sólo cultura, sino signo de identidad, sinónimo de formar parte de un colectivo en el que la emoción y la esencia vital de sus gentes salen a la luz en cada acorde y en cada estrofa. Desde el primer momento se notó el feeling especial que Gil tiene con Barcelona, esa ciudad que para él  “tiene sabor de mundo” y que “inauguró la modernidad, antes que París”, habló algo en catalán y se preocupó por saber como se traducía Metáfora, al presentar ese tema al que le siguieron otros muchos de su nuevo Luminoso (Biscoito Fino / Discmedi), sin dejar de echar la vista atrás hacia las canciones de su repertorio que mejor expresan sus inquietudes religiosas, la muerte, el sentido de la vida o la naturaleza del amor. Tampoco faltó un especial homenaje a Bob Marley, con Three little birds y No woman, no cry, y un coreadísimo Aquele abraço por un afinado público al que el propio GilGilberto Gil, armado únicamente de canciones sencillas y bien hechas, en un concierto acústico, íntimo, espiritual, pero, sobre todo, muy bonito. // María José López Vilalta, ‘La Morocha’