Generación Mutis

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VV.AA.
“Generación Mutis”,Ediciones Dédalo, 2013

Hubo un tiempo en que el estreno de una obra de teatro era todo un acontecimiento social y no sólo un entretenimiento inocuo. Nos referimos a la horquilla histórica que va desde Lope de Vega hasta los tiempos de La Barraca de Federico García Lorca. En la actualidad, en cambio, el teatro es un lujo al alcance de pocos, y ni tan siquiera se encuentra entre las aficiones del amateur ni se fomenta en escuelas ni institutos. La Muestra Universitaria de Teatro Incisivo y Satírico (MUTIS) es uno de los escasos reductos que las jóvenes compañías profesionales de teatro universitario aún tienen para sobrevivir en el ámbito nacional. El principal responsable de este festival, Alberto Rizzo, ya puso el grito en el cielo con la reciente publicación de Haciendo Mutis (Dédalo, 2013), estudio sobre el estado de la cuestión del teatro hecho por y para universitarios. Por descontado, es éste un género en evidente peligro de extinción ante la tan temida crisis económica que azota todo el panorama presente y futuro. Pero, pese al canto del cisne que parece entonarse al unísono en todas partes, aún existen honrosas excepciones que resisten como pueden.

Es el caso de las tres obras que se reúnen en este volumen bajo el nombre del colectivo al cual pertenecen: Generación Mutis. Prologado por José Sanchis Sinisterra y profusamente ilustrado con fotos de los diversos montajes de cada obra, el libro cuenta asimismo con los dibujos de portada de Vicky Crespo y los agradecimientos a Stefano Razzolini (Altvox), Érika O’Morrison (La Coquera) y Jesús Murillo Sagredo entre otros muchos a quienes han contribuido al trabajo editorial. Complementando el libro, se intercalan breves artículos alusivos sobre cada una de las obras, escritos expresamente para la ocasión. Dejando de lado los errores tipográficos y ortográficos que campan entre sus páginas –derivados de una edición apresurada y sin apenas tiempo para una revisión más profunda–, Generación Mutis es, además, un ejemplo claro de bilingüismo bien integrado entre catalán y castellano, mal que les pese por la meseta.

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Generación MutisLa primera obra, firmada por David Bo, habla precisamente de ese futuro abocado al fracaso, en el que la crisis de hoy termina también por afectar a las almas de los ciudadanos. Els set contra Èsquil, obra de encargo ligeramente inspirada en Charles Bukowski, Nicanor Parra, Esquilo (al menos el III acto) y Muchachada Nui queda, sin embargo, muy lejos de los referentes citados. Ciertamente bebe de su nihilismo, del teatro del absurdo y de un infantilizado surrealismo que apunta a ser subversivo mediante monólogos algo forzados y giros imprevistos. Al margen de problemas de estructura y ritmo que el propio autor asume, los personajes de Els set contra Èsquil son meras perchas para soltar alguna que otra frase pomposa y poco más, mientras que las escenas se limitan tan sólo a encadenar gags sin ton ni son, ni atender a las fronteras entre los géneros que pretenciosamente pretende barajar. El texto, demasiado pendiente del retruécano siguiente, busca con desespero sorprender al público con exhibiciones de vasta cultura que la selección misma de piezas musicales ya denota con cierta autocomplacencia –al respecto, se citan entre otros a Juan Luis Guerra, Violeta Parra, Justin Bieber, los Moody Blues, Johnny Cash, J. S. Bach, Beatles y Stones–. Esa tónica jocosa sufrirá bruscamente un cambio repentino hacia el final, un corte seco que, de tan impostado, presume la sospecha de haber perdido mucho antes las riendas sobre su propio discurso.

No es el caso de Bambalinas Paral·lel, obra de Misael Páez centrada en el mundo bohemio de los cafés-conciertos, de las viejas glorias del vodevil y del cabaret de posguerra, de cuando las lentejuelas dejaron de brillar sobre la escena. El autor sitúa a sus personajes en un apolillado teatro de variedades barcelonés coincidiendo con el golpe de Estado del 23-F de 1981. Pero la obra va más allá de la exposición de miserias humanas de unas vedettes que se niegan a ser enterradas en vida por el olvido del público. Misael Páez se sirve de la Transición para denunciar cómo esa España del cuplé, la zarzuela, la copla y el pasodoble fue sepultada por los gustos artificiales de la Movida, representada aquí por KK de Luxe y Alaska y los Pegamoides. No será éstas las únicas referencias a la farándula de la época que asoma por sus páginas; también aparecen los nombres de Alady, La Maña, la Bella Dorita, Concha Piquer, Tania Doris, Luis Cuenca, Celia Gámez, Merche Mar, Lina Morgan, Juanito Navarro, Vicky Lusson, Guillermina Motta, Carmen de Lirio y Carmen de Mairena (cuado todavía se llamaba Miguel). Los personajes, muy bien dibujados por diálogos muy picados –incluyendo a un guardia civil especializado en la literatura de Edgar Alan Poe–, entran y salen constantemente de un mismo escenario, lo cual se hace en algunos momentos algo reiterativo. Pero lo que comienza siendo una comedia costumbrista poblada por divas hastiadas de la vida va transformándose poco a poco en un melodrama clásico que no cae nunca en el sainete ni en el culebrón desaforado, hasta concluir con un final que pone los pelos de punta. Marcando las distancias, no es exagerado decir que en Bambalinas Paral·lel conviven Pedro Almodóvar, Rainer Werner Fassbinder y Tennessee Williams en idéntica proporción.

Magistral es también la obra de Alberto Rizzo, Almisdaé, ya vista con éxito de crítica y público en diversos escenarios de Barcelona, Madrid, Lisboa, La Rioja, Logroño, Pineda y Verfeil (Francia). Se trata de una obra coral que describe la creación de un trauma amoroso y de su posterior transmisión generacional en un pueblo de la España profunda, donde el arrepentimiento y la culpa serán capa y sayo de sus habitantes. No es casualidad que los personajes de madre e hija, por un lado, y de padre y primo, por el otro, se llamen igual, como tampoco que el único que es nombrado en las acotaciones, Almisdaé –anagrama reordenado de “damisela”–, sea precisamente la que abandonó su propia identidad por no alejarse de su antiguo amado, aunque el pago de su sacrificio sea convertirse en poco menos que la sombra de un esclavo. Ella misma sentencia su destino cuando declara al zagal su amor incondicional, vendiendo así su alma al diablo.

Junto a este ángel de la guarda que renuncia a sí misma por estar siempre al lado de aquél a quien quiso se crece también la figura de una femme fatale en ciernes, hija de una mujer capaz de hacer literalmente añicos los sueños ajenos, o del patriarca calzonazos que sublima su frustración con la más desfavorecida del hogar. Estos complejísimos personajes que nunca son lo que aparentan hablan entre sí con un lirismo que parece de otro siglo, y cuyo estilo hunde sus raíces en Valle-Inclán, Buero Vallejo, Lorca y Chejov. Rizzo entremezcla con soltura drama costumbrista y realismo mágico, poniendo al límite a sus personajes hasta reducirles al mínimo cualquier posibilidad de redención voluntaria, recurso tan habitual en Shakespeare. Así lo sugiere la Nana del Ángel Alado en el ecuador de la obra, o esa espeluznante imagen de la enamorada prima que deshoja con rabia una margarita mientras la criada se arrodilla a limpiarlo enajenada. Estos personajes, tan ricos en lo psicológico, van poco a poco secretando los trapos sucios que hacen las veces de escenario, reflejado simbólicamente por los juegos de sábanas traslúcidas que separan distintos planos espacio-temporales. Obra mayor de todo el libro, Almisdaé –que cuenta con una pieza propia compuesta por Alexa McCartney– supone un soplo de aire fresco en el árido horizonte del teatro actual y, sin duda, uno de los textos más importantes de la literatura nacional aún por descubrir. +info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno