Espliego

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“Corte de amor”

Factoría Autor, 2007
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Hay quien dice que los trovadores inventaron el amor, pero lo cierto es que fueron los juglares –músicos mercenarios al servicio de un poeta– los máximos difusores de su lírica. Eso era cuando entre la señora y su amante existía un escrupuloso respeto mutuo, casi una relación de vasallaje en la que el segundo se ganaba los favores como entregado siervo. Espliego concibe su nuevo disco como recreación moderna (no como reconstrucción histórica) de una música imaginada: como se afirma en el cuadernillo, “el amor no se da si perder algo en él”, así que, entre las notas y los versos, el tiempo nos ha legado la mejor elección. Al margen del purismo musicológico, este nuevo trabajo supera con creces el ya notable Nunca fuera caballero (La Flamenca Discos, 2005), en el que recuperaban las canciones que aparecen en El Quijote. Ahora, la homenajeada es Leonor de Aquitania, nieta, musa, mecenas y reina de trovadores del siglo XII, contraria al menosprecio social de la mujer relegada al mero papel de esposa, chacha o meretriz. Junto a su hija y otras nobles de la época organizó las Cortes de Amor, donde juzgaban las cuestiones de la pasión: adulterios, bastardías, insatisfacción conyugal… Las leyes que regían su dictamen estaban tomadas literalmente de la poesía juglar –como ésta: “no debes ser amante de varias mujeres, pero sí debes, en una sola, servir a todas, mostrándote de todas devoto”– y de preceptos que abogaban por la liberalidad y el luto moderados. Aunque la autoría de todas les letras sea de José Ignacio Cordero, todos los temas se basan en textos ajenos de los viejos trovadores: Guillem de Cabestany (La dulce pena), quien fuera decapitado por el marido de su amante, a la cual dio a comer su corazón –“pues sabed, mi señor, que me habéis dado tan buen manjar que nunca más comeré otro”– antes de arrojarla por el balcón; Jaufré Raudel, Príncipe de Blaya (Amor de lejos), quien se enamoró perdidamente de la condesa de Trípoli aun sin conocerla, tan sólo por las excelencias que de ella contaban los peregrinos de Antioquia y que, por verla, se alistó en las Cruzadas, enfermando de gravedad por el camino y, al llegar casi muerto, su amada le abrazó antes de expirar y se hizo monja por no haber consumado su amor; Raimbautz de Vaqueiras (Altas olas), que pasó de ser el denostado hijo de un pobre loco a rico caballero del marqués de Monferrato, quien le donó sus tierras en el reino de Tesalónica; Gaucelm Faidit (El ruiseñor salvaje), repudiado por su gordura y su mala voz; el pícaro Guillem de Poitiers (Versos haré), que se hizo pasar por mudo para que dos samaritanas lo arropasen y achuchasen hasta que le hicieron confesar con un gato rabioso; Marcabrú (La doncella y el juglar), también llamado Panperdut, discípulo de Cercamón y quien fue ajusticiado por su lengua afilada; la Condesa de Día (Dolor fue mi compañero), abandonada al casarse con el hombre equivocado… Se abre y cierra el disco con palabras de Horacio y Ovidio, con un impresionante arranque con la Orquesta de Cámara Orfeo y la Coral Siliceo de Toledo, más la voz de Amancio Prada recitando en latín. No acaba ahí la lista de invitados, pues se añaden las colaboraciones puntuales de Ismael, Maite Dono, y el poeta Agustín García Calvo, además de Suburbano y La Guardia, que son quizá los que más rompen con la tónica folk del disco. Y es que si bien piezas como El trovador harían las delicias de un Mike Oldfield sinfónico, en general se apuesta más por una especie de rock medieval al estilo de Jethro Tull o Mago de ÖzEl señor del castillo o Bribón y criado, inspirada en la disoluta vida de Raimon de Aviñón–. Es entonces cuando, al revés de lo que dice el dicho, lo valiente quita lo cortés y, al final, el resultado funciona por sí solo con total independencia de las fuentes originales. Una acertada osadía en tiempos de clichés. // Iván Sánchez Moreno