El púgil sin sombra
Óscar Sotillos
“El púgil sin sombra”. Ediciones Oblicuas, 2014
Desde el fondo de una impagable fotografía de niñez en la contraportada, el autor de El púgil sin sombra (Ediciones Oblicuas, 2014) parece retar con la mirada al lector del futuro. Como si advirtiera que acceder a su literatura es también entrar sin permiso en lo más íntimo de su vida privada. Así lo afirmaba con La orilla de las palabras (Aralama, 2011), su primera novela, donde hablaba en primera persona de padres y abuelos que anhelaban, sin éxito, no repetir los fracasos de las generaciones precedentes.
Abrir El púgil sin sombra con citas a Kafka y Pessoa es, en el caso que nos ocupa, toda una declaración de intenciones que prosigue por esa misma senda de los protagonistas de La orilla. Asimismo, las referencias literarias que se han señalado no son nada gratuitas: del primero, Óscar Sotillos da buena cuenta de su talento para condensar en unas breves líneas el desasosiego de la existencia, buscando el retruécano que revuelva la conciencia o congele la sonrisa del concentrado lector; del segundo, Sotillos adopta el sentir de la pesadumbre ante la adversidad y la nostalgia de y por lo vivido.
Estructurado en tres partes, El púgil sin sombra es en su conjunto una miscelánea que reúne tres de las áreas cultivadas por el autor: la lírica (Palabras sobre blanco), la poesía visual (Palagrafías) y el microrrelato (Narrapíldoras). Si bien los poemas se balancean entre el ingenio –Braille, El ángulo muerto– y lo ingenuo –Amen, La luna–, así como la confesión más directa –Error vacui, La orilla de las palabras–, es en la sección de los cuentos donde Óscar brilla más, especialmente al presentar a sus personajes, una serie de loosers a los que sólo falta ponerles música de blues como banda sonora. Sirvan de ejemplo estos extractos: “César Ramis era un poeta patológico, solo que su arte y su enfermedad eran discordantes: sus poemas no pasaban de mediocres, pero él estaba loco de remate” (Celosías); “Sandro era un tipo singular, no tenía raíces, sino raíz, que contrariaba las leyes de la matemática porque no solo era cuadrada, sino obtusa” (Raíces); “Silvio murió de hambre en el segundo capítulo de su novela inacabada. Los críticos encuentran su obra insípida, como si le faltara sal y otros nutrientes” (La sal de la vida).
En suma, El púgil sin sombra trata sobre el sempiterno tema de los sentimientos rotos, ya sea contando tragedias suicidas (Celosías, La mano escrita) o revelándose/rebelándose más esperanzador frente a su propio porvenir (Realismo mágico, Recursos literarios). La preciosa historia que da título al libro, sin ir más lejos, nos sitúa ante un luchador que se resiste a morir o a ser vencido, aunque ya incluso carezca de sombra. Por su parte, Génesis sugiere un posible germen alternativo para la teoría edípica de Freud, mientras que Epirea Malva y El renunciante beben sin disimulo del surrealismo cortazariano y del erotismo soft, respectivamente.
Con una imagen de cubierta que recuerda a El árbol de los zuecos –aquel clásico film de Ermanno Olmi (1978)– y prólogo del editor, Alberto Trinidad, El púgil sin sombra viene a sumarse a la lista de libros –éste es ya el cuarto– de Óscar Sotillos. Pero también de honores: El púgil fue en su momento galardonado con el premio La Nunca, añadiéndose a otras menciones para su autor como son la Encina de Plata (2010), Francesc Candel (2003), Detalles Literarios (2011), Historias del Raval (1998) y Juan Carlos Eguillor (2014), entre otros muchos triunfos. Responsable, junto al poeta y amigo José García Obrero, de la web El Pixel en el Ojo y colaborador habitual del extinto blog 7Voces, Óscar Sotillos es sin duda uno de los nombres a retener entre las jóvenes promesas de las letras españolas. El tiempo dará la razón. +info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno