El misterioso órgano de Eusebi Güell
El misterioso órgano de Eusebi Güell
Palau Güell, Barcelona
El pasado 22 de mayo se cumplió el bicentenario del nacimiento de Richard Wagner. Por supuesto, una fecha como ésta ha sido la excusa idónea para que reverdezcan las flores wagnerófilas por toda la Ciudad Condal, la cual se autoproclama desde principios del siglo XX absolutamente afín a la cosmogonía del ario de Leipzig. En efecto, hubo un tiempo en que Barcelona se olvidó del viejo Verdi y se rindió al culto por Wagner, dedicándole ciclos enteros de ópera –la Tetralogía ya se ha montado en innumerables ocasiones en el Liceu– y de sus repertorios sinfónicos –ya sea en el Palau de la Música como en el Auditori–.
La familia Güell, como tantos otros representates del modernismo catalán, no quedó indemne ante esta fiebre estética, y dado que la hija de Eusebi Güell era una devota de Wagner, el padre la obsequió con un órgano que mandó instalar en la planta noble de su palacio. Si éste ya es de por sí impresionante –construido por un Antoni Gaudí aún en ciernes–, imaginen un órgano de 1386 tubos, dos teclados de 56 notas cada uno y un pedal de 30. La pequeña Isabel, por ende, estaría tan encantada como entretenida, a juzgar por los costes que invirtió su progenitor en el instrumento –quizá pensándose que así tal vez no le diera a la niña por pasearse a menudo por el antiguo Barrio Chino para codearse con anarquistas y bohemios de medio pelo–. De hecho, el propio Eugène Gigout, su profesor de piano en París, parece que dio buena cuenta de las enseñanzas de su discípula, pues llegó a componer su Rhapsodie sûr des airs catalans (pieza, por cierto, dedicada a la ciudad de Barcelona con motivo de la Exposición Universal de 1888).
Pero volvamos al órgano. El que inicialmente se le encargó al artesano Aquilino Amezua Jáuregui no es sin embargo el mismo que se conserva en el citado Palau Güell. En realidad, cuando el edificio fue ocupado durante la Guerra Civil, sufrió una degradación considerable. En tal estado quedó que fue imposible recuperarlo. Tuvo que ser reconstruido por el maestro Albert Blancafort en su taller de Collbató (Barcelona), aprovechando los únicos tubos de fachada que subsistieron del instrumento original. La consola, no obstante, se expone muda a la vista de los visitantes. Entonces, si el teclado no funciona, ¿por qué suena música de órgano cada media hora?
Ésta es la pregunta que el abajo firmante se hizo en tan señalado día. El Palau Güell, abierto al público desde hace dos años, ameniza los paseos por sus salones y salas con un programa de cinco temas, interpretados todos ellos por David Malet. Se trata del Cant de la senyera de Millet, una sardana de Morera, una pieza de Antoni Nicolau, Les flors de maig de Clavé y, cómo no, el Coro de los Peregrinos, del Tannhäuser wagneriano. Precisamente ésta fue la primera composición del genio alemán que Anselm Clavé hizo sonar en nuestras tierras, dando así inicio al boom (un tanto esnob, todo sea dicho) de la wagnerofília, pretendiendo hacer –infructuosamente– de Barcelona una meca alternativa de Bayreuth.
Pero volvamos de nuevo al órgano. Les nombraba antes a David Malet en los teclados. En los nuevos, claro, que son los que exhiben en el piso superior a la vista de todo el mundo, envueltos en un aura azul que se enciende automática y puntualmente cuando el reloj marca las horas de “concierto”, gracias a la tecnología digital. Y, ¡recórcholis!, nadie aprieta las notas que van sonando. La escena parecería sacada de las páginas de un apócrifo híbrido literario entre El hombre invisible de H. G. Wells y El fantasma de la ópera de Gastón Leroux… No se asusten. El órgano está programado mediante el sistema replay que lo acciona mecánicamente repitiendo los patrones que ejecutó previamente el organista en cuestión. Pese a su ausencia, el órgano adquiere vida propia, la música suena como antaño, y el eco reverbera entre las paredes de uno de los edificios más emblemáticos e históricos de Barcelona (que conviene ver y admirar como mínimo una vez en la vida).
Que se haya valorado la importancia doméstica de la música como un elemento decorativo más a añadir a la cantidad de encanto(s) que atesora el Palau Güell ya denota el gusto y el buen criterio de sus responsables y comisarios artísticos. Como un mueble art-déco de incalculable precio, la música de la época en que el Palau Güell fue concebido supone uno de los atributos más destacados de este conjunto arquitectónico, declarado con todos los honores que se merece como patrimonio de la Humanidad. La música, por descontado, también lo es. Protejámosla del presente, tan desmemoriado como indiferente ante los ruidos mediáticos, que es el peor silencio de todos. En el Palau Güell han comprendido el lugar que le pertoca a la música, y es justo agradecerlo desde aquí. +info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno