El Lebrijano

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 “Cuando Lebrijano canta se moja el agua” aúna versos de Gabriel García Márquez y el cante de Juan Peña, El Lebrijano. Pero el disco no surge de la casualidad; atrás quedan muchos años de amistad.


Recuerda el cantaor: Nos conocimos en el año 86, durante una visita del escritor a Sevilla. Coincidimos en casa de la hermana de Felipe González, y a partir de este momento me avisaba siempre que venía a Sevilla. El proyecto se urdió a raíz de la frase que da título al trabajo: Una noche en la que estaba yo cantando y don Gabriel (yo le llamo así) entre los espectadores, una amiga de ambos me deslizó una nota escrita por él con esta frase elogiosa. En ese momento me quede descolocado, ya que siempre he sentido una gran admiración por Gabo. Tras leer aquello me quedé literalmente congelado. Tiempo después pensé que la mejor forma de devolverle el cumplido era cantando algo suyo. Tuve la oportunidad de reencontrarme con él el pasado noviembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México. El reencuentro fue muy emocionante ya que llevábamos muchos años sin vernos. La idea de musicar en clave flamenca algunos de sus textos le encantó en cuanto se la propusimos, tanto que generosamente nos cedió el 50% de los derechos de autor que generen las obras adaptadas. Le enviamos el disco hará cosa de un mes, pero aún no me ha dado respuesta . Imagino que le habrá gustado; al menos, recibimos la enhorabuena de su agente, Carmen Balcells.

¿Cuál es el libro de Gabo que más le cautivó? “El coronel no tiene quien le escriba” y “Cien años de soledad” son sin duda mis preferidos. Sin embargo, era éste un proyecto arriesgado, por cuanto –a diferencia de otras alianzas entre voces y versos como los de Lorca-Camarón, Cohen-Morente o Cernuda-El Rampa–, en el caso del realismo mágico de Gabo, la dificultad estriba en cantar en prosa, sin ningún tipo de rima. En cuanto a los referentes que citas, falta también Antonio Machado. Yo he cantado mucho a Machado, así como otros cantaores también. ¿Qué autor destacaría como el más idóneo para ser musicado por el flamenco? Como digo, Machado es un autor que da mucho juego. Pero por ahora estoy preparando una cosa para el año que viene sobre un clásico muy popular, aunque desconocido hasta ahora en el flamenco, pero creo que encaja a la perfección. Permíteme que guarde el secreto para mantener así la sorpresa…

La adaptación flamenca de los textos del Nóbel de literatura son exquisitos y, en boca de El Lebrijano, consiguen poner la piel de gallina, emocionar hasta el tuétano. Pero ¿cómo ve el cantaor ese ya habitual atrevimiento de romper géneros y “trashumar” literaturas poco o nada relacionadas con el flamenco (pensemos en el caso de Miguel Poveda cantando a Espriu o Verdaguer, entre otros popes de las letras catalanas, o el de Mayte Martín y los poetas del bolero, por ejemplo)? A ver, estamos en tiempos de globalización y cada vez se mezclan más las gentes y las culturas. Hace más de 20 años grabé mi primer disco con la Orquesta Andalusí, fusionando música árabe y flamenco. En mi disco “Lagrimas de cera” intervienen además las Voces Búlgaras y una cantante de Mongolia… Sí, yo creo que se puede fusionar si existe el conocimiento de las bases. Desde el flamenco se puede innovar con la mezcla, tanto en lo musical como en las letras. El añorado Carlos Lencero afirmaba que, igual que el jazz es el género más dúctil y flexible de las nuevas músicas cultas populares, también el flamenco lo es en España. El tiempo le ha dado la razón a sus palabras, y ahora disfrutamos de trabajos exquisitos que rompen las fronteras del purismo y los cánones arbitrarios. Por poner algunos ejemplos de “hibridaciones”, podemos hablar de Paco de Lucía, Pata Negra, Vicente Amigo, Manolo Sanlúcar o incluso a su sobrino Dorantes y Miriam Méndez, conjuntando la música culta con formas del flamenco. ¿Defiende ud. estas experimentaciones o, en líneas generales, cree que se abusa demasiado de los tópicos del género para quebrar las reglas sin un norte claro hacia el que seguir? Reitero lo dicho: hay que saber y conocer el flamenco en profundidad para innovarlo. Se hacen cosas que están bien, sí, pero también algunas que son una verdadera chapuza, que de tan malas no hay por dónde cogerlas. No se puede generalizar, claro, porque hay honrosos experimentos que son ciertamente buenos y otros que en realidad no aportan nada.

Ni temblor, ni goce, ni margaritas de amor, / ni suaves caricias, casida de amor y nube, / el mundo un manojo de turbias miradas, / la vida una procesión de guitarras amargas.” (de “La Cándida Eréndida”). Leyendo y oyendo fragmentos como éste, a uno le da por pensar si acaso el flamenco es, más que una música, una manera de ser y de estar en el mundo –una técnica, un estilo, una filosofía, una moral propia, etc.–. El flamenco consigue arrastrar el sentimiento de un extremo al otro mediando tan sólo un quejío, es capaz de pasar de la fiesta y la algarabía a arrancarse del alma la más profunda pena. Sí, pienso que el flamenco es ante todo una forma de vida. La verdad, no podría definir mi vida sin él. Para cantar bien, te tiene que doler. En otras palabras, el flamenco ¿se hace o se nace? Desde luego se nace. Pertenezco a la familia de Los Perrate, toda una institución flamenca. Eso significa que yo empecé mi vida mamando, escuchando y aprendiendo en mi casa desde bien chico. Mi madre decía incluso que canté antes de nacer, en su barrigaSoy un estudioso del flamenco y por supuesto sé que para aprender hay que estudiar y practicar, pero el pellizco lo tienes que tener dentro.

Una vez más leyó el turbio mensaje, / en el poso oscuro y negro del café” (de “Buen viaje, sr. Presidente”); “Qué aburridora lluvia, qué jardín tan vacío, / qué árboles detenidos, qué ausencia de pasos y horizontes” (de “Isabel viendo llover en Macondo”); “No quiero dormir bajo tu sombra, / ni quiero velar tu angustia infinita” (de “Espantos de agosto”). En estos otros ejemplos, texto y canto se aúnan con un deje existencialista, como en un poema de Gamoneda o Valente. Sí, nos dejamos llevar por el realismo mágico del autor, tanto en la selección de los temas como en el concepto musical del disco, y creo que lo conseguimos. Al escucharlo, me sumerjo totalmente en el Macondo de García Márquez. Espero que la gente que lo escuche sienta lo mismo. Sin embargo, también hay lugar para la muerte en muchos otros cortes del disco: “Desde aquel día azul de caracolas, / sabes amor que sólo en un suspiro, ay, sólo en un suspiro, / se va la vida sin más” (de “El rastro de tu sangre en la nieve”); “El olor a rosas frescas / y aquel cuerpo tan liviano, / alrededor de la muerte, / en el centro del suspiro cotidiano” (de “La Santa”); “Veinte muertos me debe, teniente; veinte muertos, señor” (de “Un día de estos”); “Que yo no quiero morir en la tiniebla” (de “El coronel no tiene quien le escriba”); “Luz azul sobre el asfalto” (de “La luz como el agua”)… Hay un tono elegíaco y un cierto poso de miedo a la vida en los textos elegidos. ¿Era ésa una mirada buscada, o encontrada? No en un principio. Los temas se escogieron en virtud a las historias que contaban. La selección se encrudeció al tener que reducir los textos (¡en algunos casos novelas enteras!) a una sola página para convertirlas en cante. Estoy muy contento con el resultado final. Incluso se nos quedó un tema fuera, que teníamos ya adaptado y autorizado, pero me fue imposible grabarlo por mi repentina hospitalización. En sus maneras hay un fuerte componente catártico y hasta expiatorio. ¿Alguna vez sintió El Lebrijano un episodio de transustanciación mística al cantar sobre el escenario? ¡¡¡Noooooo!!! Soy muy creyente, pero aún no he llegado hasta ese punto.// Iván Sánchez Moreno