Delafé & Las Flores Azules

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15º Festival Mil·lenni

Sala Apolo, Barcelona. 4 de abril de 2014

Han llovido ya muchas primaveras (¡las de tres lustros!) desde la primera edición del Festival Mil·lenni, uno de esos ciclos eclécticos en cuanto a estilos y públicos a quienes convoca. Como seña de identidad desde sus inicios, los organizadores siempre aportaron sugerentes puestos que pretendían aunar audiencias de unos y otros géneros y artistas. Los cruces más destacados fueron, entre otros, los de Amancio Prada & Maria del Mar Bonet (en la Iª edición), LLuis LLach & Cristina Hoyos (en la IIIª), Martirio & Chano Domínguez (VIª), Silvia Pérez Cruz, de Las Migas, al lado del Javier Colina Trio (en la penúltima), y el tenor Josep Carreras junto a Sara Baras (en la Xª) y la cantante de Madredeus, Teresa Salgueiro (en la IIª edición). Para esta última parrilla también incluyeron un surrealista encuentro acústico entre Jaume Sisa, Quimi Portet y Joan Miquel Oliver. Sin embargo, uno de los dúos más prolíficos en el Mil·lenni –con permiso de la reincidente María Dolores Pradera y Los Panchos– es Delafé & Las Flores Azules.

De hecho, la trayectoria de la banda está estrechamente ligada a la historia del Festival, como atestiguan los conciertos en ediciones anteriores de Elena (el grupo que lideraba Helena Miquel antes de ser la mitad de Las Flores Azules) y de Delafé. En el primer caso se compartió escenario con Love Of Lesbian (en la undécima edición); en el segundo, ya se cuentan tres con ésta las ocasiones que han actuado bajo el logo del Mil·lenni. Entremedias han publicado cuatro discos y han sufrido algunas bajas, como ocurrió tras el divorcio creativo de FactoMarc Barrachina antes de lidiar (con menos fortuna) su proyecto en solitario: Los Amigos del Norte. Sustituido éste por Dani Acedo (ex–compañero de Oscar D’Aniello de sus tiempos en Mishima), Delafé & Las Flores Azules prosiguieron su camino combinando inteligentemente soul, funk, disco, rhythm & blues y una pizca de rap con bases programadas, algún que otro arreglo de trompetería y cuerdas, y mucho candor indie-pop. El resultado ha sido, hasta hoy, un éxito encadenado detrás de otro, culminando en un arriesgado álbum –De Ti Sin Mí / De Mí Sin Ti (Warner Music, 2013)– que presenta un mismo repertorio desdoblado en formatos distintos y que cuenta, además, con colaboraciones de lujo como las de Nacho Vegas, Paco Loco y Antonio Luque (Sr. Chinarro).

Para afianzar aún más su provechosa vinculación con el Festival Mil·lenni, mientras que éste cumple sus 15 años de adolescencia, Delafé & Las Flores Azules hacen lo propio con su primera década de vida. Por esa razón están fraguando la inminente publicación de Estonosepara (Warner Music, 2014), un doble recopilatorio que repasa toda su obra con el añadido de una variopinta selección de rarezas, inéditas, covers y remixes. Sin embargo, que un grupo de tan corta biografía se salde ya con una antología puede responder a diferentes hipótesis: a) que el narcisismo les aventure a recrearse tan pronto con un Greatests Hits a la carta; b) que necesitan un parón temporal y lo suplen con un parche para cubrir el expediente y contentar a la compañía; c) que se agotaron ganas e ideas y que es hora de recomponer un testamento para los fans. Cualquiera de las tres opciones vale para justificar el próximo lanzamiento discográfico, cuyo título invita a la más ambigua suspicacia y cuya portada recuerda a los objetos de perspectivas imposibles diseñados por Escher.

Por el contrario, el concierto que el grupo ofició en la sala Apolo no se limitó a un revisionismo para nostálgicos. Centró el 50% del repertorio en el citado De Ti Sin Mí, aunque no olvidó sus anteriores trabajos publicados hasta la fecha: El Monstruo de las Ramblas (Music Kool Records, 2005), La Luz de la Mañana (Warner Music, 2007) y Las Trompetas de la Muerte (Warner Music, 2010). Arropados por una escenografía austera y una banda de tres músicos –un batería, un guitarrista y el propio Dani Acedo encargándose de bajo y samplers–, Delafé & Las Flores Azules (o lo que es lo mismo: Oscar D’Aniello y Helena Miquel) empalmaron hora y media de canciones interrumpidamente, con picos de intensidad en La Fuerza, Espíritu Santo, Río por no llorar y La Juani. Sorprendentemente, se escatimaron cortes clásicos como 1984 y Mar el poder del mar, por citar algunas significativas ausencias. El público, que se manifestó tan entregado como los dos cantantes, coreó todo el rato sin parar de mover los pies.

Al respecto, D’Aniello volvió a empapar de sudor su camiseta (la cual se cambió en los bises finales), delegando en su compañera las voces solistas de piezas como Cuando las cosas se tuerzan o Mientras beso a mi chico en la arena. A esta última, por cierto, la vistieron en directo con los distintos ropajes que presume en el disco: más cañera en la versión Cuando esto estalle y otra más reposada pero con el recurso rítmico de dos baterías –recuérdese que D’Aniello tocaba dicho instrumento cuando formaba parte de Mishima–. Por su parte, Helena Miquel no sacó a lucir ninguna muestra de su carrera en paralelo, ciñéndose exclusivamente a coros, segundas voces y panderetas, mientras que Delafé/Oscar fue alternándose en voces, palmas, batería, efectos y percusiones. Cerrado el bolo, ya tendrían preparadas en el camerino las maletas para volar al día siguiente a las islas Canarias y seguir exprimiendo incombustiblemente todo su arsenal (“¡Dale gas, dale gas!”). ¡Y esto sin contar con la fugaz intervención de D’Aniello en labores de DJ para un certamen dedicado a los niños –El día de la minimúsica– que se celebrará en la Ciudad Condal ese mismo fin de semana! ¡Qué agotadora energía!

Sobre este último apunte “infantil”, cabe subrayar que la media de edad de la sala (llena en tres cuartos de aforo) se ampliaba por ambos extremos de una campana de Gauss: desde abuelas que simpatizaban con la propuesta estética del grupo, hasta una niña pequeña con tutú que emulaba a la Helena Miquel de años precedentes. La recién estrenada prole en la familia de D’Aniello quizá sea un feliz aliciente propiciador, la cara amable de una misma moneda que tiene por cruz algunas traumáticas separaciones en su vida. Esta familiaridad generalizada ya asomaba en los primeros minutos de precalentamiento, cuando en la sala comenzaron a sonar las notas de una enlatada Senza fine, de Gino Paoli. La elección de este telón sonoro no fue nada gratuita: era una de las canciones favoritas del padre de Oscar D’Aniello, a quien éste dedica el film Ciao Pirla! (La Cafetera, 2013). A partir de ahí ya todo fue una fiesta que, para disgusto de algunos/as, ya tocó a su fin. +Info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno y Alicia Fernández Martínez