David Puertas Esteve
David Puertas Esteve
“Notes de concert” Sebla Editors, 2011
Hay libros tan amables que parecen escritos para ser leídos con una sonrisa de oreja a oreja. Es el caso de Notes de concert, un compendio de 60 biografías de compositores nacidos en tierras catalanas y un repaso a más de 200 obras comentadas. El crítico musical David Puertas reúne aquí muchos de los textos que sirvieron como guía de audición de numerosos programas de mano de conciertos y recitales clásicos. Por dicha razón, el estilo escogido es sencillo y divulgativo, sin la pomposidad y el formalismo propios de otros ensayos por y para sobrados del gafapastismo de gomina y la intelectualidad con olor a pipa y juanola. El autor nos sumerge no sólo en consabidas historias en torno a la sardana y la música para cobla, sino que también nos habla del prolífico y dúctil legado catalán en el flamenco, el jazz, la zarzuela, la música sinfónica y camarística, la ópera y demás géneros cultos o vinculados a los auditorios mal llamados serios.
Rompiendo con los clichés al uso, David Puertas salpica las páginas del libro con toques de humor y anécdotas diversas sobre músicas y músicos patrios. Por ejemplo, destaca la legendaria tradición contrabajística catalana (con importantes sagas de luthiers desde el siglo XVIII), los innumerables títulos inspirados por El Quijote o las sardanas de inspiración griega (dedicadas sobre todo a la ciudad de Empúries), o los intrincados mecanismos estético-políticos en la creación de una mitología musical durante la Renaixença. Al respecto, y a tenor de algunas curiosidades que se destilan aquí, cabe señalar las que despejan incógnitas sobre los presuntos orígenes ignotos de ciertas piezas como el villancico Fum, Fum, Fum, en realidad compuesto en el pleno siglo XX por Joaquim Pecanins (introductor del método Dalcroze de gimnasia rítmica en España); o se cita la desconocida versión de Joan Maragall sobre el Himno a la alegría de Beethoven; o se cuenta que, en tiempos de la censura franquista, se suplía la prohibición del himno patriótico catalán –Els Segadors– por sardanas como La Santa Espina, de Morera. En lo tocante al chascarrillo político, el autor explica que inicialmente el himno de Chile (escrito por Ramón Carnicer) era una soflama antiborbónica, mientras que Fernando Sor recibió el encargo de musicar sendas odas napoleónicas. Asimismo, debe subrayarse el capítulo dedicado a la genealogía de la zarzuela, género que fue popularizado por Calderón de la Barca y que etimológicamente debe su nombre a las zarzas que rodeaban el palacio del rey español. Contrariamente a lo que se cree por puro prejuicio nacionalista, esta música fue menospreciada por la propia corte de Felipe V, soberano snob de gustos italianizantes cuyo modelo cultural afectó a los criterios del público patrio hasta la revalorización de la zarzuela a finales del siglo XIX y principios del XX, de la mano de autores como Chapí, Chueca, Bretón y, en Catalunya, Vives, Granados o Clavé, entre otros.
Inevitablemente muchos de los comentarios contenidos en este libro van a rondar alrededor de la vida y la obra de Pau Casals, uno de los músicos más internacionales y queridos. El autor de Notes de concert advierte al lector sobre sus diferencias ideológicas con algunos colegas como Gaspar Cassadó, confiesa que su arreglista y orquestador era su hermano Enric (quien no pudo disfrutar de las mieles de la gloria por quedar relegado siempre a su sombra), y subraya la activa vinculación de Felipe Pedrell con el Instituto Libre de Enseñanza como folklorista y musicólogo, al lado de Albéniz, Falla, Granados y el crítico Adolfo Salazar.
Las cuestiones técnicas cumplen también un papel fundamental en este libro, dado que David Puertas es, además, intérprete de flabiol (instrumento que, según partitura del citado Casals, se definía como un “piccolo flauto catalano, ossia flautino”) y tenora (asociada a las marchas militares francesas, pero apropiado por la sardana a través de las guerras napoleónicas). Los casos de Frederic Mompou –campanero fascinado por el límite exacto en el que el sonido se funde con el silencio– y Josep Soler –preocupado por la variabilidad acústica del órgano según el contexto arquitectónico– resultan ejemplos paradigmáticos de investigación histórico-musicológica, similar a la que desglosa el autor del libro en su descripción de las tres grandes líneas de seguimiento estético de la música culta catalana: una corriente más tradicionalista, caracterizadas por el folklorismo –Oltra, Morera, Gerhard…– y los aires flamencófilos –promovidos por el “andalucismo catalán” de Valls, Serra o Borgunyó, amén de Granados y Albéniz–; otra más moderna o vanguardista, deudora de influencias étnicas foráneas –desde la música andina y japonesa en la obra de Rodríguez Picó hasta los giros del jazz, el blues y el gospel en Camp, Monsalvatge o Balada– y la 2ª escuela vienesa de Schoenberg, Webern y Berg; y la corriente de revisionistas de las formas antiguas del barroco –Carles Suriñach sobre Antoni Soler–; el romanticismo –Josep Soler sobre Beethoven o la teoría de las esferas de Kepler– o la adaptación de óperas en formato de sardana –como hace Pep Ventura sobre Bizet, Gounod o Bellini–.
Sin embargo, se trasluce entre las páginas del libro una áspera crítica a los malos gestores musicales de la actualidad que, con su interesado olvido de los repertorios catalanes en los programas de conciertos, demuestran su menosprecio por la música nacional. Pese al reconocimiento de grandes como Stravinsky, Strauss o Schoenberg, muchos de los autores citados brillan más por ausencia y por lo extraordinario de sus fugaces promociones que por el respeto que realmente merecen. En definitiva, Notes de concert es libro ameno y necesario, que se complementa estupendamente con esa joya magna que es Música para un ideal (SedeM, 2009), de Leticia Sánchez de Andrés. www.notesdeconcert.com // Iván Sánchez Moreno