Burruezo & Bohèmia Camerata
Tradicionàrius. XXVII Festival Folk Internacional
CAT, Barcelona. 23 de febrero de 2014
Pedro Burruezo es, hoy por hoy, un hombre místico que usa la música para vehículo para el éxtasis, al cual se lanza sin red y con los ojos cerrados. Verle en escena arrancándose por bulerías y desgañitando la guitarra mientras una banda de músicos serios le secunda con su particular combinación de flamenco y repertorio medieval puede descolocar a más de uno. En efecto, las actuaciones de Burruezo, con o sin la Bohèmia Camerata, son tan gratamente dados al exceso como exquisitos y sorprendentes en sus formas. Imaginen una mezcolanza entre Bambino, El Terremoto de Jerez y el ventilador de Peret montándose una juerga en el jardín musical de los Savall o los hermanos Paniagua.
Pero la propuesta de Burruezo no es para nada anecdótica. Su estilo, desgarrado de tan entregado, nace de la pasión más que del talento vocal o instrumental, y por eso mismo resulta a veces tan contagioso. Donde no le llega la voz –en ocasiones casi a punto del quiebro, cuando no engolando la garganta como si fuera Morrisey forzando melismas arábigos–, Burruezo le pone más tensión y ganas. Al respecto, cabe advertir que el empaque musical que ha adoptado ahora es de una preciosidad encomiable. Sí, el arte de la Bohèmia Camerata y el añadido de la Coral Cypsella de Sant Feliu de Guíxols (Girona) revierte un giro espectacular en la obra de Burruezo. Los arreglos corales dotan a su música, compleja por sus muchos requiebros estilísticos y formales, un aire cercano al folk-rock sinfónico de los ’70 –el de grupos como Magna Carta o Fairport Convention, por ejemplo–. Otras veces, sorprende a la concurrencia con esa en absoluto revisionista mezcla de klezmer, siguiriya y canciones sefardíes y mozárabes que integra su último trabajo editado hasta la fecha: Misticisssimus Coralliummm (Satélite K, 2013).
Burruezo y la Bohèmia Camerata presentaron dicho disco dentro del XXVII Festival de Folk del Tradicionàrius, estructurando su espectáculo en tres partes que iban desde una explosiva felicidad hasta la tristeza, con la misma pasión. En la primera de ellas subió al escenario la citada coral dirigida por Monti Galdón. Lo que en principio parecía un notable cruce de flamenco y canto gregoriano a capella (Tribulationibus), pronto derivó hacia derroteros más propios a medida que se iban introduciendo los demás miembros de la banda: viola, cello, guitarra española, laúd y piano. El segundo bloque, más austero y con la Bohèmia Camerata en solitario, se decantó hacia cauces más flamencos sin dejar de explorar la música antigua. En la generosa sección de bises, Burruezo invitó de nuevo a la coral mientras hacía participar al público como palmeros.
Alternando guitarra y pandero, el cantante se dejó la piel y la garganta camaroneando jondo a pelo, desmelenándose con cada sacudida de cabeza y poniendo sobre aviso a los puristas y medievalistas sobre su personal reinvención de los géneros. En consecuencia, sometía cada composición a impredecibles cambios que de repente trastocaban las formas sin perder estilo identitario. Esa filosofía tan característica de Burruezo, para quien la música es el resultado histórico de la hibridación entre épocas y pueblos y no una excusa fronteriza o separativa, ya quedó de manifiesto por la prolífica gama de idiomas: hebreo, castellano, catalán, latín, árabe, italiano… Y, por supuesto, por la unión de culturas gitana, cristiana, musulmana y judía que encuentra en su música un especial tratamiento natural.
Mens sine desiderio, con intervención de las voces blancas de la Cypsella, se movía por lides más célticas y reposadas, mientras que la repesca de las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio (Meravellosos) apuntaba hacia trazos aflamencados; otras piezas se vestían en cambio de alegres ritmos sirtaki, o bien sorprendían con versiones como las de El cant dels ocells en tono de kyrie –con un momento solista del cello en manos de Iván Lorenzana emulando al maestro Casals–. Entre otros covers de mención, el de los Recuerdos de la Alhambra de Francisco Tárrega, con recitativo en árabe incluído; Aman, Aman, del tradicionario sefardí, con crescendo coral final; la feliz combinación entre un conocido hit de Las Grecas (Te estoy amando locamente) y un tuneado A ba ni bi; o Piensa en mí, célebre bolero que, aparte del cruce entre habanera y sirtaki de Burruezo, también ha sido reconducida antes hacia el jazz y la ranchera.
No obstante, insistamos en el aura mística de Burruezo, porque el concierto en cuestión también ofreció momentos de alto lirismo sentimental. Un dia de goig y la historia de la morilla enamorada que cantó la violista Maia Kannan con cristalina voz ya pusieron la piel en flor. Pero el rezo de Noi ti preghiamo, a ritmo de procesión, y Hesiquia, con mensaje de paz entre líneas, nos doblegó el corazón frente a un panorama poco optimista como el que nos ha tocado vivir. Son tiempos más conflictivos por su incertidumbre y su indolencia que por los males ya eternos del mundo, como son las guerras y el hambre. Hesiquia, sin ir más lejos, se crecía sobre un quejío que parecía más una nana escrita para mecer a un niño muerto por un fuego cruzado. Tal sensibilidad fue justamente recompensada con el aplauso unánime de toda la audiencia en pie. Reñido tan sólo por el estatismo del coro al fondo del escenario y las sillas de la sala, diseñadas por la Santísima Inquisición, el concierto de Burruezo fue, en cuatro palabras, tan majestuoso como sabio, tan apasionado como encantador, tan hermoso como necesario. +Info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno