Ara Malikian

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Ara Malikian Ara Malikian
"No Seasons"
Non Profit Music / Diverdi, 2008

La carrera de este violinista es imparable. Armenio de nacimiento y madrileño de adopción, Ara Malikian es un infatigable explorador de las músicas de raíz de medio mundo, cultas y de culto, clásicas y populares. En su periplo ha indagado en la música árabe, en el género sinfónico, flamenco, tanguístico y hasta en el klezmer judío. Entremedias, aún ha tenido tiempo de colaborar como solista invitado de las orquestas del Vallès, Madrid, Castilla-León, Euskadi, Bilbao, Tokio, Londres, Zurich y Toulousse entre otras muchas; tocar para el cine –Hable con ella (Pedro Almodóvar, 2002), Los lunes al sol (León de Aranoa, 2002), etc.-; intervenir en escena junto a la compañía Yllana de teatro gestual (PaGAGnini, 2008), L´Explose de danza (2009) o Sara Baras (en su adaptación de la ópera Carmen, 2009). Y por si fuera poco incluso ha fundado la Non Profit Music, conjunto de cámara con la que hasta la fecha ya lleva grabados tres discos. Ya sólo le queda hacer de hombre del tiempo…

Al menos, su conocimiento del ciclo estacional no le debe resultar nada ignoto, al ver el tema que une las tres piezas incluidas en este cd que nos ocupa ahora. No es la primera vez que Malikian aborda Las cuatro estaciones: ya antes había presentado su particular relectura para niños de la inmortal obra de Vivaldi (Wea, 2004) y cuyos beneficios destinó a la UNICEF. Siguiendo la misma estructura formal, los tres paisajes musicales aquí reunidos proceden de latitudes muy distintas del mundo: de Buenos Aires, Madrid y Mallorca. Acompañado por Daniel del Pino al piano y Susana Cordón como soprano solista, Malikian estrena sendas obras de sus amigos Joan Valent (1964) y Jorge Grundman (1961), además de un clásico de Astor Piazzolla (1921-1992).

Precisamente la mirada porteña es la más expresiva de todas, llena de requiebros y matices como los que nos tiene acostumbrados su autor. Nada más empezar, Malikian violenta las Cuatro estaciones de Piazzolla con una inusitada agresividad, rozando los agudos del violín en la Primavera con un exceso de vitalismo. No hay duda de que parece exponer la exaltada personalidad de su autor incluso cuando en mitad del Verano le guiña un ojo al original vivaldiano. Sin ser del todo fiel al arreglo que Leonid Desyatnikov hiciera para la orquesta de Gidon Kremer, la versión que ofrece Malikian supera con creces el almibarado rigor con que se suele acometer la obra del argentino. Aunque a veces se le escapa de las manos (y de las cuerdas) un cierto histrionismo, no cae en exhibicionismos vacuos que perjudiquen el desarrollo de la pieza, en la estela de Nigel Kennedy y su violinismo para épateur les bourgeois. Para muestra, el brillantísimo final extasiante del Invierno, con unos simpáticos apuntes de Bach y Pachelbel, o el retorcido y sensual solo de cello del Otoño porteño. A ello contribuye sobremanera la total libertad con que está compuesta esta falsa suite, ya que cada movimiento puede entenderse independientemente del resto (de hecho, fueron escritos en diferentes años). Con un pie en el tango y otro en el jazz de vanguardia, la riqueza sinfónica de esta versión está llamada a convertirse en referente modelo.

Le siguen las Cuatro estaciones de Joan Valent -con quien compartió el proyecto Ínsula Poética (Wea, 2006) junto a Suso Saiz y Marc Blanes-, una transcripción musical de un poema de Macu Sunyer. Tras un soberbio arranque minimalista (en el que el ritmo percusivo tiene un destacado papel), los innumerables meandros van derivando la pieza hacia rincones próximos al raga hindú, el rezo del muecín y el canto balcánico. Pero luego se pierde el nervio inicial en pos de una lánguida melodía sin apenas desarrollo, más cómoda que enérgica (pese a los acercamientos al lenguaje de Joe Hisaishi y el citado Piazzolla), salvo por el hermoso timón que entreteje el violín reconstruyendo un fragmento de la Ínsula

La muerte de un viejo amigo marca el tono de las Four Sad Seasons de Grundman. Antiguo miembro de varias bandas de la Movida (Farenheit 451, Trópico de Cáncer), Grundman parte de una infinita tristeza que empapa inevitablemente el sentimiento del oyente para, poco a poco, ir entreviendo un tibio rayo de esperanza. Narrado desde el punto de vista de la viuda, la obra que cierra el disco es tan emotiva como exquisita, cerrando de modo inteligente un círculo que va de la más desbocada pasión sin casi freno -en el caso de Piazzolla– hasta el sosiego de una paz alcanzada con el sufrimiento del alma. Decir "excelente" quizá es quedarse corto. Diverdi.com // Iván Sánchez Moreno