Alessandro Baricco: Barnum
Alessandro Baricco
“Barnum. Crónicas del gran show musical” Nortesur, 2011
Aparte de ser un autor de novelas de éxito mundial –Novecento (2003, Anagrama) y Seda (2011, Anagrama), ambas llevadas al cine con irregular fortuna–, Alessandro Baricco es también un perspicaz analista de la cultura y la música, como ponen de manifiesto títulos significativos como Los bárbaros (2008, Anagrama), El alma de Hegel o las vacas de Wisconsin (2008, Siruela) o Il genio in fuga (2006, Einaudi), centrado este último en la figura de Rossini. Lezione 21, su debut cinematográfico de hace un lustro era en realidad un cuadro alucinógeno y me(ga)lomaníaco sobre la 9ª Sinfonía de Beethoven, otra prueba más del estrecho vínculo entre la obra de Baricco y su pasión musical. En Barnum se reúnen casi una cincuentena de artículos publicados en La Stampa y La Repubblica donde el autor exponía su particular visión de la actualidad. El nombre de su columna periodística –y del libro que nos ocupa– responde a la concepción que Baricco hace de todo espectáculo de masas, a los que compara con un gran circo del que no se sale nunca indemne: el estreno de una película, una exposición sobre Mickey Mouse, una corrida taurina, una visita museística, un concierto de música clásica, otro de rock, una ópera, una verbena de pueblo, un partido de fútbol, una misa multitudinaria o incluso el Tribunal Internacional de La Haya. Todo ello es susceptible de ser subvertido por la mirada irónica de Baricco como si se tratara de un mismo número de circo.
En la edición española, a cargo de Luca Chiantore, se recogen tan sólo los textos que versan exclusivamente sobre el tema musical. Siempre sirviéndose de un tono entre travieso y lacerante, Baricco fustiga a conciencia géneros como el minimalismo, el dixieland (que califica como jazz de negros para blancos sin burdeles, ni miseria, ni alma), o el mismo jazz (que en sus inicios no debía pronunciarse en presencia de las damas por considerarse ofensivo). Baricco consigue que la crítica musical provoque lágrimas de ternura –como en su poética interpretación de una pieza de Gavin Bryars– y arrancar a continuación sonoras carcajadas con especial mala saña –como cuando apunta sus proyectiles contra Steve Reich o la nefasta gestión de La Scala de Milán–. De paso imagina biografías de músicos de fábula como su Danny Boodmann “TD Lemon” que nunca bajó del Virginian, el trompetista Buddy Bolden (de Michael Ondaatje), la del supuesto padre de la fiddle music escocesa, Niel Gow –que vivió entre los siglos XVIII y XIX y que Alasdair Fraser suele incluir en sus repertorios folk– u otros que tocan con un sentimiento que todavía no tiene nombre (como Benedetti Michelangeli).
Las reflexiones de Baricco no sólo salpican a popes de la música “seria” como Celibidache, Jessye Norman, la divina Callas, Sviatoslav Richter, los Tres Tenores –Pavarotti, Carreras y Domingo, ecuación mágica donde el orden de los sumandos no altera el producto– y, por supuesto, Glenn Gould, a quien valora como teórico y científico antes que como “simple” pianista. Entre las páginas de sus Barnum también hay espacio para Lou Reed, Tom Waits, Michael Nyman, Bruce Springsteen, Laurie Anderson, Woodie Guthrie (y su credo grabado en la guitarra: “esta máquina mata fascistas”), Miriam Makeba cantando una misa congoleña, los montajes escenográficos de Robert Wilson, el rapero Jovanotti, una poco amable revisión del Carmina Burana y una ácida comparación entre Ryuichi Sakamoto y la edulcorada (pero insulsa) música romántica.
Donde Baricco siembra unas tempestades que son puro tsunami es al hablar de ópera, con sumo conocimiento de causa. Magistral es el resumen novelado del libreto de La Bohème de Puccini que ofrece a los paganos, como también la síntesis del Don Giovanni mozartiano, el relato de una representación del Dido y Eneas de Purcell, y el uso que Martin Scorsese hace de Cavalleria Rusticana en el inicio de su Toro Salvaje. En otras ocasiones, no disimula en absoluto su irritante eurocentrismo en materia musical, como cuando ridiculiza el aplauso japonés o la sonoridad del shamisen, demasiado incómodo según él para el oído occidental. Y, no obstante, buscando el por qué del amor de los japoneses por la Lucia de Lammermoore, Baricco logra combinar a lo largo de su curioso paseo de flaneur el espíritu de Adorno, Benjamin, Sartre y Baudrillard mientras filosofa sobre la música como artificio de la (post)modernidad. Siguiendo la estela de Umberto Eco, este prolífico ensayista y acerado intelectual –que ha colaborado también con Marlango y las hermanas Labèque, además de presumir de un programa propio en la RAI sobre, cómo no, el mundo de la ópera–, Baricco compone algunos pasajes soberbios, otros (no muchos) algo más anodinos, y unos cuantos tirando a kitsch. Pero aún a pesar de eso tiene Baricco un estilo que, expresado como sólo los buenos pensadores saben hacerlo, oscila entre la pataleta y la genialidad, entre la frivolidad y lo sublime, entre el descaro y la epifanía. En definitiva, un gozoso y revoltoso caprichoso que sin duda habrá levantado tantas ampollas como afianzado adhesiones. | www.editorialnortesur.com | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno