Akram Khan & Sidi Larbi Cherkaoui
Akram Khan & Sidi Larbi Cherkaoui
Cicle Dansa i Arts del Moviment
Barcelona, Mercat de les Flors
30 de septiembre de 2007
Por regla general, a la danza contemporánea se le acusa de ser demasiado intelectual y muy dada a la idolatría de los nombres de renombre. Muchas veces ese prejuicio es del todo acertado –piénsese en bluffs como los de Jan Fabre, por ejemplo–. Cuando los medios aúpan un nuevo estrellón a la lista de preferidos, lo normal es echarse a correr en sentido contrario, porque mayoritariamente aburre hasta a los caracoles (el público cool, eso sí, pagará una pasta sin rechistar y ovacionará al final del atraco con flácidos hurras y bravos de pura compostura). Pero de vez en cuando se quebranta esa callada ley del timo snob y resulta que la fama del artista era del todo justa y merecida. Es el caso de Akram Khan y Les Ballets C. de la B., compañía con la que debutó el pasado verano en Barcelona durante los fastos del festival Grec. Que días antes se agoten las localidades de un recinto de las proporciones del Mercat de les Flors es señal de que la gente que tuvo la ocasión de descubrirlo quieren ahora repetir, y los que no, en cambio, venían arrastrados en masa por los comentarios del boca-a-oreja, como un servidor, el cual no quedó para nada defraudado sino aún más encantado. Secundado por Sidi Larbi Cherkaoui (belga de padre marroquí), Akram Khan (británico de origen bengalí) ofreció un muestrario de impresiones compartidas en un viaje a la tierra de sus raíces, donde acabó sufriendo una crisis de identidad. Entendido como ejercicio catártico, Akram Khan estableció un tenso diálogo con su colega –en el rol ficticio de primo lejano– para desarrollar un continuo concatenado de contrastes donde cada detalle cobraba sentido (el color de la piel, la ropa, las luces, las voces…). Zero Degrees se basa sobre todo en la narración de dos anécdotas especialmente enojosas: el levantamiento sumarial de un cadáver en un tren de pasajeros y un conflicto diplomático con robo de pasaporte de por medio. De ahí arranca esta serie de pasos a dos tan vivos como agresivos, donde el dolor físico y la elasticidad de los cuerpos se convierten en el principal motor expresivo del conjunto. Ambos presentan dos modos muy distintos de hacer carne la sensualidad: el lenguaje de Sidi Larbi es de una plasticidad etérea, dotado de una flexibilidad sin igual; el de Akram Khan es, por el contrario, de una fiereza instintiva sin igual, más apoyado en la velocidad y el ritmo. Dos esculturas de goma de Antony Gormley como único elemento decorativo servían de partenaires de los números más improvisados, tan poéticos como ingenuamente candorosos. Valiéndose del estilo kathak –aunque beben también de otras influencias extracoreográficas como el tai-chi y el full contact e incluso capoeira y danza derviche–, los dos amigos enzarzaron una evolución en su discurso expresivo que iba de la incomunicación al odio, y de ahí, hecho éste pura violencia gestual, pasaron al juego con ágil complementariedad –y como botón, el baile de sus respectivas sombras desempeñó un contrapunto hermosísimo–. Aderezado con un fondo sonoro expresamente compuesto por Nitin Sawhney e interpretado en directo por una banda de cuatro músicos (violín, percusión y cello, más el canto de Faheem Mazhar), Cherkaoui & Khan se dejaron algo más que el sudor y el alma en un espectáculo que denuncia la impotencia del hombre blanco occidental por comprender unas leyes y costumbres que no le son propias, condenándose irremediablemente a la más eterna soledad: la del rechazo y la indiferencia contra sí mismo reflejado en el prójimo. Emocionante hasta decir basta y acongojando empáticamente al público, que asistía atónito con un nudo en la garganta y un vuelco con el corazón, Sidi Larbi terminó bordando el acto cantando de viva voz una tristísima elegía mientras su compañero deshacía literalmente su aparente fortaleza exterior. Hecho añicos el orgullo, el abajo firmante blandió sus lágrimas como perlas de mar. // Iván Sánchez Moreno