Xavier Ribalta

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Xavier RibaltaXavier Ribalta
“Una vida per la cançó”
Factoria Autor, 2008

La diferencia entre el cantautor y el juglar es que éste musica líricas ajenas para darles una pátina nueva. Es el caso de Xavier Ribalta. Leridano de nacimiento y universal de corazón, Ribalta ha ido dando tumbos por el mundo sin el beneplácito de la mercadotecnia –ah, cruel compañera del artista– hasta recalar casi medio siglo después de su debut en esta antología que resume toda su carrera musical. No tuvo la suerte de trascender como otros miembros de Els Setze Jutges y ni falta que le hace: el menos francófilo de los émulos patrios de la chanson (aunque él también pisó el Olympia de París) superó tras la muerte del dictador el corsé del anacronismo, adaptándose a nuevos estilos y autores. Anarquista de pro –“la poesía es la formulación política de la desesperación: ni dios, ni amo, ni pensamiento, ni amigos, ni nada, ni yo, ni ellos, ¡y basta!”, que reza Gabriel Albiac; “crees que soy la marea… pero soy el diluvio”, sentenció Victor Hugo–, francotirador del hipócrita burgués, tozudo opositor del silencio de las censuras (su obra fue proscrita en España hasta mediados de los `70, iniciando entonces un extenso periplo que le exilió por todo el mundo), Ribalta le da la vuelta a los relamidos textos de autores de la Renaixença catalana como Joan Maragall o Apel·les Mestres (genial el satánico díptico Atila / Flors de sang, reeditado hace unos años por el sello 1984), robustece a Salvat-Papasseit y traduce a Léo Ferré. Pero es al cantar a Salvador Espriu y Joan Margarit –flamante Premio Nacional de Poesía al que viste con tules de havanera y tango– cuando Ribalta gana enteros. Por su espíritu rebelde, escoge siemrpe piezas de carácter contestatario y de afilada ironía –como otrora hiciera el tan llorado Ovidi Montllor; para muestra que consten en acta el trabalenguas El bon vi, el cínico fin de Els contrabandistes, el sarcasmo anticlerical de El mal caçador o la cobarde ruindad de El rei de França–. Y aunque su obra íntegra está cantada exclusivamente en su lengua materna, Ribalta entiende la música como un lenguaje que supera toda frontera. Para él, las barreras son ideológicas antes que idiomáticas. De “tierna agresividad” y “estatura desmedida”, “testimonio de erecciones silentes” y de “voz de clavel varonil”, como se le describe en los textos del lujoso libreto que acompaña el doble cedé, se reúnen críticas elogiosas de amigos y poetas: Manuel de Pedrolo, Caballero Bonald, Rafael Alberti, J.A.Goytisolo, Manuel Vicent y otros tantos nombres ilustres a añadir a esta impresionante lista de garantes de su arte (y entre los que se podría añadir por ejemplo a Mercedes Sosa, José Menese, Ernesto Sábato, Pere Quart, Blas de Otero, Antonio Saura, Pete Seeger, Paco Ibáñez, Manu Chao, Modest Cuixart, Hernández Pijuán, Marina Rosell, George Brassens, Frederic Amat, Josep Guinovart, Enrique Morente, Moustaki y Labordeta y el gran J.M.Valverde… y un larguísimo etcétera más). De este total de 38 canciones de ornamento desnudo, donde prima la palabra por encima de aderezos –o bien de alto contenido épico, de un oscuro barroquismo–, caben destacar la nana mortuoria en que reconvierte La ploma de perdiu, el elegíaco Cant espiritual –con interludio de Miquel Ribas– y la combativa No passareu!, mientras que Oda a Espanya suena dura, áspera, fúnebre, un guantazo a los que entonces calzaban fijador en el pelo y gafas de pasta ancha (y una camisa nueva cara al sol); el tañido de campanas de A vegades és necessari y Camí de l´exili –algo morriconero– se clava en el alma hasta hacer llorar a chorros, y los arreglos orquestales de Paraules per a no dormir (su particular tributo a Machado) vuelve la piel gelatina… Y Tot l´enyor del demà, y Avec le temps, y Home amb blues, y La vie d´artiste… y así hasta el Final de recital y ese amor de ser sombra. Con el tiempo, Ribalta fue desesperándose de la épica para acabar arropándose con sencillos acentos de piano y violín, o de acordeón y coro. Pero viendo el pasado que se queda atrás, no es raro que mientras uno (Ribalta) dedique Una vida per la cançó, otro (Margarit) afirme que “prefiere la música a la vida”. Quizá como Gould y quizá como Bach, lo mejor hubiera sido vivir una fuga constante y dialogar con la propia voz. Sólo así, así solo, uno acaba en paz con el mundo. www.xavieribalta.com // Iván Sánchez Moreno