Lo Còr de La Plana

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Lo Còr de La PlanaLo Còr de La Plana
Barcelona, L’Auditori
11 de febrero de 2007

Si acudimos al diccionario encontramos que el adjetivo "contemporánéo" califica a aquello que es de la época actual. En música se suele aplicar a propuestas atrevidas, arriesgadas, rompedoras, avanzadas… Proyectos que, en realidad, parecen anticipar posibles nuevos caminos más que reflejar la realidad del momento que vivimos. Por eso yo siento que mis verdaderos contemporáneos son gente como los seis muchachos de Lo Còr de La Plana, artistas sin ninguna otra pretensión (y no es poca) que proponer y buscar el contacto, casi como si fuera una pelea, de sus canciones con el público. Gente de hoy que hace música de hoy, aunque se sumerja en las aguas de la más ancestral tradición para ello. Utilizando los dos instrumentos más primitivos y primarios que existen (la voz y la percusión), Manu Theron y los suyos hicieron temblar el suelo y las paredes de la tercera sala de L’Auditori barcelonés mientras presentaban los enérgicos temas de Chants à danser (Buda Records), que será su segundo disco y estará disponible a partir de la primavera. Armados de tres panderos y una pandereta, afiladas sus gargantas, dando palmas o golpeando el suelo, las polifonías de estos occitanos nos mantuvieron en tensión, enganchados a las sillas, siguiendo el ritmo con mayor o menor acierto, abandonados a unos crescendos que nos sonaban como las espirales rítmicas de la música gnawa o descubriendo ecos de los coros que nos han llegado desde Córcega y Cerdeña. Y es que en el Mediterráneo, pese a quien pese, todo está mucho más conectado de lo que nos quieren enseñar. Todo este bagaje ha sido bien amalgamado y dirigido por Manu Theron, militante de la cultura occitana, que con sus compañeros cantó y contó historias de amor, de tabernas y de fiesta. Y lo hicieron al viejo estilo, sin complicaciones conceptuales, pero partiendo de la premisa básica del arte: la capacidad de emocionar, comunicar e impactar. Bravo.  // Jordi Urpi