Llorenç Barber

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Llorenç BarberLLorenç Barber
Festival LEM 2008
12th experimental music meeting

Barcelona, MACBA
3 de octubre de 2008

Hay conciertos y eventos. Por regla general, los conciertos pretenden reproducir lo escrito en una partitura o lo grabado en un disco con más o menos fidelidad. El evento, en cambio, es un experimento donde el azar y la imprevisión cobran mayor protagonismo que el programa planteado. Con LLorenç Barber no sabe uno qué va a presenciar. Lo que sí es seguro es que no va a dejar indiferente a nadie. Su obra no es de las que se oyen, sino de las que se sienten. Volvió a demostrarlo en una de las citas iniciáticas del Festival LEM que recién comenzó. Sumidos en una oscuridad parcial, Barber rompió el silencio de esa noche con la tenue vibración de una campana que preludió una entusiasta sinfonía donde el caos se hizo armonía. Una cortina de campanas de diverso diámetro pendían de cuerdas en mitad del escenario, las cuales iba balanceando Barber con regularidad. Las líneas verticales de la pared del fondo parecían competir con las sombras mecidas. Las golpeaba el artista con precisión mientras se sacudían a escasos centímetros de los rostros alucinados de un público entregado a la catarsis del momento, antes de que Barber explorara nuevos sonidos en un carillón casero haciendo reverberar su propia voz en cantos diafónicos usando el pabellón de las campanas a modo de única amplificación –cuya premiere ya ensayara días atrás en un número privado para un seminario en La Pedrera sobre psicofísica y ciencia acústica–. Qué duda cabe que tejió con tan hipnótico efecto un muro de sonido que hubiera sido la envidia de Phil Spector o incluso Wagner… En otro ejercicio de resistencias y tensiones bramó –con sus gallos e imprecisiones propias del directo– una retahíla sedosa de sonidos vocales mientras castigaba su cráneo con un platillo por montera. Cimbreó dos afilados platos metálicos cortando el aire con seca violencia, creando bordados telúricos con hilo invisible, y provocó la histeria recitando atropellada y surrealista poesía sonora de estilo Kurt Schwitters, con ritardandos y acelerandos, fugas y contrafugas, quiebros y requiebros, estirando y alargando las palabras, que retorcía sin piedad. Con John Cage a la diestra y Carles Santos a siniestra, Llorenç Barber trasciende más allá de sus referentes (aunque también podrían añadirse influencias en Fátima Miranda, Joan Brossa y Meredith Monk, por ejemplo) para crear un lenguaje escénico y performístico tan personal como sugerente. Barber es, ante todo, un poeta. Hace del espacio la carne de la música, fisicalizando los ecos, texturizando el silencio y corporizando las ondas. LLorenç Barber consigue absorber al oyente en la experiencia musical a través de todos sus sentidos: el vaivén de las campanas, la caricia de las vibraciones, el ritmo de los versos en su boca salivada, la prosodia de las pausas… Todo en su espectáculo llama a gritos a asir lo inefable de la belleza fugaz para no dejarla marchar jamás. Y no obstante, se escurre el sonido de entre los dedos como los recuerdos de niñez en la vida. Como se pierde el último tañido de una campana al viento. El talento de Barber es la empatía que contagia con algo tan abstracto como es la toma de conciencia del fenómeno de la escucha: hacer sonar la nada es devolvernos a la vida, congelar el tiempo y verle pasar. Rectifiquemos, pues; LLorenç Barber es un mago, y obró de nuevo el milagro: temblar el alma. // Iván Sánchez Moreno