Dickey Betts & The Great Southern

yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Dickey Betts & The Great SouthernDickey Betts & The Great Southern
Festival de Guitarra i altres acords

Sala Bikini, Barcelona
12 de mayo de 2008

La historia del grupo-madre (The Allman Brothers Band) ha sido un camino de éxito y reconocimiento, pero también de muchos obstáculos, algunos duros e irreparables (la muerte en sendos accidentes de dos miembros activos, el guitarrista Duane Allman y el bajista Berry Oackley) y otros de consecuencias menos trágicas pero que deterioraron la convivencia durante diversas épocas, a saber la vida disipada y en tierras fronterizas con el peligro. Pero ha habido otra piedra en el camino, la Hermandad, tras el prematuro deceso del piloto Duane, el invento siguió adelante con el papel de gallo de corral repartido entre  Gregg Allman y el señor Betts, cosa que como sabemos es siempre complicada como se ha demostrado durante las tres décadas de encuentros y separaciones entre ambas facciones, hasta que en el principio del milenio los caminos de ambos personajes parecen haberse separado definitivamente (al menos hasta el momento). Con el hermano Gregorio ha quedado el nombre y el resto de miembros de la Hermandad, pero Dickey Betts se ha llevado consigo sus composiciones y eso es un sustancioso botín. En estos momentos pues, los devotos, curiosos y admiradores de los propietarios de la patente  southern rock si quieren degustar ese sonido han de asistir a dos acontecimientos y, en el caso de Betts está tan claro como en el resto de la banda original, el público asiste a un concierto de The Allman Brothers, en este caso en la versión Betts que representa pequeñas variaciones que priman el lado country y de blues rural, con esos temas de melodías sencillas que se estiran como un chicle irrompible hasta donde el cuerpo aguanta o le apetece, rellenado por esos solos eternos, paroxísticos, que asemejan un bucle eterno que se rompe sin esfuerzo a voluntad del intérprete. Pasemos al concierto y empecemos con el continente, el señor Betts tiene 64 años a sus espaldas y un aspecto curtido y gastado, pero una profesionalidad a prueba de bombas, empezó el concierto a la hora en punto (tome nota todo el mundo, por favor)  se dedicó a él a fondo durante más de dos horas y media de música, lo controló absolutamente todo, dando paso a las partes solistas de cada músico – invitados incluidos –, mostró su desagrado con algunos problemillas de sonido, conminando sobre la marcha a los técnicos para su solución sin dejar de interpretar su música, derrochando toda su sabiduría y demostrando más energía de la que pueda suponerse por su aspecto y batallas vividas. Téngase también en cuenta que este concierto era el último de una breve gira europea que ha comprendido una actuación en Lillehammer (Noruega) el sábado, al día siguiente, domingo, otra en Hannover (Alemania) y acabamos en Barcelona el lunes, ¡toma ya!. Los papeles del personal calcados al original de la Hermandad, un teclista rubio y de pelo larguísimo (Mike Kach) a quien suponemos que en el casting de contratación se exigía virtuosismo y también que se pareciera a Gregg Allman (incluso interpreta su partes vocales originales, con una voz similar, aunque bastante menos arenosa), dos baterías – ¡uno blanco y el otro negro! –, el único cambio es que en lugar de dos guitarristas, The Great Southern cuenta con tres intérpretes de la seis cuerdas, incluyendo al hijo del jefe, Duane Betts (¡coño!, uno que se llama como mi hijo). El contenido: empezamos a toda pastilla con el imprescindible Statesboro blues (Live at Filmore Est, Capricorn/Polydor, 1971), con el segundo guitarra Andy Aledort bordándolo con el dedal metálico del slide, seguimos con un par de composiciones ajenas al original que enfrían un poco los ánimos, un punto bajo en el tercer tema en el que canta su hijo e inmediatamente remontamos el vuelo poniendo artillería pesada, empezando con un inspirado Blue Sky (Eat a Peach, Capricorn/Polydor, 1972), enseguida abordamos la bellísima Seven Turns (Seven Turns, Epic, 1990, con la encantada compañía de Gerundina y su amigo Raimundo Amador), inmediatamente después el clásico volcánico One way out (Eat a peach, otra vez) ahora con la intervención de Javier Vargas ocupando el ampli de Duane Betts y acabamos la primera parte con un demoledor In Memory of Elizabeth Reed (Idlewild South, Capricorn/Polydor, 1970), que se inicia onírico como siempre, pero que deviene en una orgía imparable cuando se quedan los dos baterías solitos e interpretan dos solos, el primero por parte del malabarista Frankie Lombardi, impecable y el segundo en el que un tal James Varnado, atleta de ébano de apariencia insultantemente joven, absolutamente brutal (Varnado, que lo sepas, me he quedado con tu cara y te voy a seguir muy de cerca, tú no te escapas si apareces por aquí de nuevo), aparece el bajo, Pedro Arévalo,  después de la pirotecnia muy gruesa  y se marca un solo de primera, por no deslucir el conjunto, inmediatamente después se incorpora el resto de la banda, recuperan el tema por donde les da la gana y acaban la faena memorable más de media hora después de haber empezado un instrumental inspirado en un nombre leído en una lápida cuando los chicos eran jovencitos y se entretenían fumando en los camposantos, original excusa para crear una obra maestra. Tras el descanso volvemos a poner la máquina al máximo de revoluciones con Back Where it all Begins (Where it all Begins, Epic, 1994), el último gran tema compuesto por Betts para la Nave nodriza. Cogemos un poquito de aire en los siguientes dos temas, que cante el hijo otra vez y llegamos al cuarto tema y a partir de ahí dejamos que la naturaleza salvaje se desborde absolutamente de nuevo, no hay diques que puedan parar una tromba formada por la densidad de True Gravity (Seven Turns) enlazado sin solución de continuidad con la transparencia de Nobody Knows (Shades of Two Worlds, Epic, 1991) y empezamos el no va más con tres temas del Brothers and Sisters (Capricorn/Polydor, 1973), primero Southbound, desbocado sin remedio, con Vargas y Amador en pista, seguido del redondo y eterno Jessica y acabando con el aparentemente sencillo Ramblin’ man, en el cual Betts tan sólo conserva un leve hilo de voz tras todo el galope acumulado, que convierte la interpretación en más entrañable si cabe. Ocho temas en la primera parte y ocho en la segunda, simetría perfecta. No hubo bis, no nos atrevimos a pedirlo. Tan sólo dejar claro, señor Betts, que puede volver cuando quiera, mañana, pasado, el otro…// Antonio Gázquez