Antes del anochecer | Before midnight
Antes del anochecer
Richard Linklater, 2013
Si no fuesen personajes de ficción, Jesse y Céline serían esos amigos que visitamos cada ciertos años para saber cómo están y qué se cuentan desde la última vez que les vimos. Como si sus vidas fueran un espejo en el que mirarnos.
Su historia arranca hace dos décadas, cuando se conocieron casualmente en Antes del amanecer (1995). Luego se reencontraron en Antes del atardecer (2004). En ambos films, Richard Linklater les seguía en sus largos paseos por Viena y París, respectivamente, entre planos de postal, locales de moda y rincones comunes que muchos turistas transitamos también. Al respecto, las películas de esta serie podrían muy bien ser un complemento a esas guías del Trotamundos que suele editar Anaya.
En Antes del anochecer (2013), Jesse y Céline son ya unos cuarentones que empiezan a sentirse aburridos el uno del otro. O peor aún: de sí mismos. Para la ocasión, el marco escogido para sus neuras es un día vacacional en un idílico paraje del Peloponeso. Pero si en los títulos antes citados el margen horario era más concreto (una noche entera, o las últimas horas de la tarde), ahora el tiempo narrativo se alarga desde la mañana hasta la madrugada. Este cambio responde también a una nueva etapa en la vida de los dos protagonistas, quienes han alcanzando un cierto nivel de reposo, otro tempo vital sin las prisas de antaño, sin que el miedo a no volver a cruzarse por puro azar fuera ahora menos importante que la toma de conciencia de ver convertida su pasión en rutina. Dicho lo cual, resulta un recurso muy inteligente utilizar como leitmotiv de la película un arreglo instrumental (a cargo de Graham Reynolds) de aquella canción de amor que ella compuso especialmente para su amado en el film anterior. El hecho de que suene desnuda, tristona y sin letra subraya aún más esa pérdida de sentido de lo que fue y que apenas ha dejado rastro en la memoria de ambos.
Porque, en efecto, Céline y Jesse ya no son sólo una pareja. El proyecto de crear un hogar trajo consigo la prole, las frustraciones laborales, la nostalgia por el país natal, el hartazgo sexual, la crisis de la madurez, el temor a la muerte, la añoranza del ayer. Quizá por eso al director le interesa menos acompañarles en su paseo y sí en cambio sentarse a escuchar sus conversaciones más íntimas (entre amigos, en el coche, en la alcoba). En su particular antropología del amor, Linklater ha ido progresivamente abandonando el medio urbano para dedicar más atención a la pareja en los espacios cerrados, sincerándose cara a cara todo aquello que hasta ahora no se habían atrevido a confesar. Si en las anteriores entregas cinematográficas podían distraer la mirada en el presente a medida que lo caminaban, asociando una idea tras otra, en ésta el estatismo hace aflorar la parte menos amable de cada uno/a. Con los años, a Jesse se le ha encanecido la barba y a Céline le ha crecido considerablemente el culo, y se han dado cuenta de que, en materia de amor, han pasado del romanticismo inicial al pragmatismo forzoso. Y eso, en el fondo, tampoco es tan malo. Lo que ocurre es que asaltan las dudas de si acaso se equivocaron en el pasado. Como si esa pregunta tuviera una respuesta clara…
Ethan Hawke y Julie Delpy se enamoraron perdidamente de sus correspondientes personajes cuando rodaron la primera parte, hace ya tanto. Y no es para menos, porque son tan psicológicamente golosos como ricos en matices. Desde entonces, integraron de tal manera sus papeles que el director les da siempre rienda suelta para que improvisen sobre las líneas de guión. Aquí se muestran algo más cansinos, percibiendo en su carácter la falta de aquella frescura que les unió la primera vez. Al espectador recién llegado a las aventuras sentimentales de Céline y Jesse quizá le resulte un film lento y excesivamente dialogado, sin captar las referencias a los otros films que van apareciendo mientras avanza ésta: el recuerdo de las abuelas, el último té, la novia española, la estancia neoyorquina, etc. Antes del anochecer, por ende, no puede valorarse independientemente de los anteriores títulos de la serie, y no sería extraño retomar a este par de tórtolos dentro de diez años, por ejemplo. Ésa era, al menos, la intención original. Pero la decisión vendrá justificada en función de la respuesta del público. Los más fieles –aquellos que nos enamoramos de Julie/Céline y Ethan/Jesse– seguiremos pasando por taquilla, claro. Porque, en el fondo, nos importa su vida tanto como la nuestra.
Por el contrario, en lo tocante a la sensibilidad con la realidad griega Linklater nos quiere dar gato por liebre, ignorando por completo la dura situación social y política por la que pasa actualmente el país. Jesse, Céline y sus amigos intelectuales derrochan un pijerío muy alejado de la tónica realista que debería ajustarse al caso. Hay cruces plurilingües (en inglés, francés y griego), y primeros planos de las comidas típicas, pero lo cultural helénico se reduce a una mera canción de Háris Alexiou en los créditos finales y poco más, sin asomo de crítica ni de costumbrismo local por ninguna parte, más allá de algún ingenuo comentario prejuicioso. Ahí sí que Linklater debería ser más respetuoso con el espectador europeo, dado que si lo que pretende es aleccionarnos sobre el amor de verdad, en detrimento del idealismo hollywoodiense, conviene no descuidar la realidad en la que vivimos, que no es precisamente un camino de rosas. +info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno